postheadericon Encuentros y desencuentros en la relación madre- hija por Teresa Glikin

Mucho se ha escrito, desde diferentes enfoques teóricos acerca del vínculo entre madres e hijas.
Se tienen en cuenta los sentimientos antagónicos: amor-odio, aceptación.- rechazo, acercamiento-alejamiento, todos movimientos que denotan ambivalencia, en una relación fuertemente influenciada por los diferentes momentos de la vida en la que se encuentran cada uno de los miembros de la díada.
Desde el punto de vista fenomenológico-.existencial, ese antagonismo lo analizaremos en función del encuentro o el desencuentro que se genera en el “entre” de la relación madre-hija.
¿Por qué elegir este vínculo en especial?
Justamente porque es un vínculo especial, que interviene significativamente en la organización del mundo afectivo de la hija, como modelo estructurante y como sentido de su ser mujer, tomado desde el polo de la hija, así como también desde la madre, el modo en que se comunica y relaciona con su hija le otorga sentido a su rol de madre y de mujer dadora
Como explica el Dr. Rispo en su libro Las Ramas de la Existencia, refiriéndose a Husserl:
Todo el recorrido de la estructuración del ser será participativamente emocional y a través de la modalidad del vivenciar, será el camino para individualizar las conexiones de significado y sentido.
En cada estructuración propia se darán determinadas vivencias y no otras, y las que aparecen siempre responderán a la estructura de figura y fondo y a los nexos de significación y sentido.

Cuando puede ser descripta y comprendida con otro ser humano, aquí lo co-vivenciado es en el “entre nosotros.”
Pero hay que tener en cuenta que toda relación interpersonal tiene un sentido organizativo y constitutivo que es siempre cambiante.
Toda la historia de la humanidad es un contínuo actuar interpersonal, por lo tanto la historia personal de cada ser humano es parte de esa historia pre-existente.
Cuando hablamos de SENTIDO, aludimos a los conceptos de Binswanger para quien el sentido cobra la significación de intencionalidad de conciencia. El fin de la conciencia intencional implica un” para qué “, una dirección orientada hacia, siempre hacia los otros, hacia mi futuro, hacia mi proyecto.
El sentido que podamos dar a nuestra existencia parte de una co-existencia posible que se va desplegando.
Todas las instancias de los mundos “precedidos” dan lugar a las experiencias personales, a las creencias, a determinados referentes bio-psico-sociales que hacen parte constitutiva del proyecto que se pone en práctica en el respectivo accionar –en-el-mundo.
Todo ser humano cae al mundo para habitarlo, pero ya desde su nacimiento, o antes de nacer, participa del mundo de una manera natural, emocional, intuitiva.
El mundo precedido a la propia existencia (Vorwelt) adquiere el sentido organizador y formador de la propia manera de actuar en el mundo.
Los padres, la historia, lo social, formarían parte de lo precedido en cada ser humano .Por tal motivo es que tomamos en cuenta este concepto para entender que todos participamos de un mundo anterior a nuestra existencia que nos sirve de referente y nos sitúa
Pero el en-sí de lo familiar, o lo social no debe ser considerado como causa o motivo para una particular modalidad de ser-en-el-mundo. Lo que cada ser humano dispone al nacer son las infinitas posibilidades de ser y que se ponen de manifiesto en el accionar, en la estructura espacio-temporal que va deviniendo como expresión de un proyecto y sentido de la propia existencia y de la co-existencia.
Además del mundo precedido ( Vorwelt), Binswanger hace referencia a otra realidad que le es impuesta al hombre, que no elige, que le es dada. Nos referimos al Lebenswelt
Todos los eventos, las facticidades que se sucederán en el devenir espacio-temporal de cualquier existencia, los acontecimientos a los cuales el ser humano se une en las relaciones vinculares, parten de ese origen primario del mundo natural, vital (Lebenswelt), lo que termina siendo su propia posibilidad de ser sujetidad para trascender.
La Lebenswelt no es otra cosa que la condición vital, la materialidad, el cuerpo mismo con el que llegamos al mundo. Se fundamenta en un mundo real, que se va constituyendo en valores que se van creando sucesivamente en el transcurso espacio-temporal de un individuo, de una familia, de un pueblo o de una nación.
El valor LIBERTAD, por ejemplo, ya desde el nacer, se encuentra como la impronta de la propia posibilidad de ser libre tanto en la misma intimidad como con respecto a la intimidad ajena.
También la familia en la que le tocó nacer a cada hijo habla de una facticidad. No elijo la familia, ni la nación para nacer. Esto es lo dado. Sin embargo está en cada hijo/a y en cada madre,el ir organizando el mundo interpersonal, ir definiendo una particularidad de ser-en-el-mundo, una co-existencia.en el sentido de la autenticidad o inautenticidad , del encuentro o del desencuentro



En este marco que nos brinda la fenomenología estamos ubicando la relación entre madre e hija como una relación interpersonal, en la que intervienen los conceptos de figura y fondo significando que el panorama puede ser el mismo, pero todo dependerá del modo particular de vivenciar de cada una de ellas: madre e hija.
Es decir que más allá de la intencionalidad de la madre en el sentido de orientar a su hija hacia un determinado rumbo, habrá un ser que realizará su propia lectura de la situación e irá significando su mundo.
Este es el interjuego necesario. Es el camino para transitar y llegar a ser sí mismo, es una sólida organización estructurada en el vínculo amoroso, en la relación yo-tú, cuya calidad afectiva se sustenta en la recíproca expresión de intimidades disponibles para el otro, en la preocupación y en el cuidado. Sólo así, la estructura del ser-para-el-otro hará que el Eigenwelt pueda ser en sí mismo trascendente.
La emoción y las vivencias organizan y estructuran el ser.
Los actos expresivos del ser deben ser actuales y actualizados de acuerdo con cada situación. La actualidad estará referida a la expresión del horizonte del futuro, es decir a través de un proyecto, de mi posibilidad de futurizar, de anticiparme, pero se hace presente en el “entre”, es decir en la relación actual con el otro.
Al decir de Rispo, esta modalidad de futurizar es crear las condiciones para el hallazgo del otro, la comprensión del mismo y la creación de un mundo dialogante.
El mundo responde adecuadamente, sitúa al propio ser en un espacio y en un tiempo, que es el aspecto del propio ser, pero a la vez confirma el aspecto de ser otro para otro, como se materializa por ejemplo en la relación diádica que nos ocupa, tanto madre-hija como hija-madre.
Enfatizamos lo dialéctico del vínculo, pues en la díada, las dos integrantes organizan y estructuran su mundo y deben actualizar su inserción en él , pues ésta no es única y para toda la existencia, sino que es dinámica, cambiante a partir de este nuevo “otro” que modifica mi espacialidad y mi temporalidad.
Pues hablar de ser es hablar de ser-en-el-mundo y hablar de sí mismo siempre será hablar de una existencia en relación con otra, es hablar de CO - EXISTENCIA .
El sí mismo es la auténtica modalidad del ser para la co-existencia.
Co-existir no es sólo existir con el otro sino SER- PARA.
El yo y el tú no sólo están en relación sino que se produce un intercambio.
Para Binswanger, lo auténtico del ser-en-el-mundo es ser con, hacia y para el otro.
La coexistencia es auténtica por ser para alguien. La modalidad de los seres que co-existen se expresa en el modo dual de ser recíproco, de ser-juntos-en-el-amor, el que puede darse en una pareja, en una relación de amigos, o en un vínculo entre padres e hijos.
Cada uno de los integrantes de la relación dual tiene su propìo fluir vital hacia el devenir.
Cada integrante se complementa en el encontrar y encontrarse, en el comprender y comprenderse
y en el diálogo.
En la co-existencia amorosa se encuentra el sentido de la propia existencia, es decir que la modalidad amorosa sólo puede ser estudiada desde la posibilidad de co-existir. Implica el cuidado, la preocupación para que el otro sea.
El cuidado amoroso consiste en procurar que cada cual trascienda su propia existencia.
Desde el momento del encuentro, ya no puedo ser libre si el otro no lo es.
Mi existencia pone en acto su condición coexistencial.
En el momento del encuentro, yo le respondo al otro. La respuesta será plena si es un acto de libertad de la persona que responde.
El otro pide mi respuesta. Encontrándome con el otro me encuentro conmigo mismo, con lo que soy. Yo soy dando de mí. Lo primero que puedo dar es mi respuesta personal. Si no respondo, el encuentro no se produce. En este caso, si no respondo, habría un encuentro para mí, pues tengo la percepción del otro, pero no para el otro, a quien sólo le he dado silencio.
Esta es mi verdadera posibilidad de ser “entre”, es decir en el entre del Yo-Tú. Es en mi co.existir en el que cobra sentido mi existencia y la existencia del otro.
Si soy madre y despliego mis posibilidades de ser, seré madre y permitiré ser a mi hija. Ambas nos encontraremos en un movimiento prospectivo y concordante.
¿Qué sucedería, entonces en la relación entre una hija y una madre si en lugar de este encuentro amoroso, este ser-juntos –en-libertad, se suscita un desencuentro?
El desencuentro surge ante la negación de las condiciones de posibilidad del encuentro, es decir : no poder cuidar al otro, no hallar una coexistencia auténtica, no coexistir en libertad, no poder dialogar, no comprender ni comprenderse
Cuando se instala el desencuentro, se produce la distancia, la separación, la desconsideración.
La existencia se aleja de su posibilidad de ser auténtica, queda anclada en un presente, sin poder futurizar.
Existe una acentuación del yo-mismo como egoísmo, por lo que habrá una insistencia exagerada de los propios intereses, sin tener en cuenta al otro.
Pueden aparecer conductas competitivas, que enfrentarían a madres e hijas. Se pone el acento en el “tener” en detrimento del “ser”. En el mundo del desencuentro se puede llegar a ser agresivo con el otro, el vínculo amoroso puede transformarse en odio, resentimiento, envidia, celos, rivalidad.
Es un mundo del ser individualista, en el que el ser está imposibilitado de constituirse en un ser para otro, quedando atrapado en una singularidad aislada.
Como terapeutas existenciales nos encontramos en muchas oportunidades ante la situación de desencuentro entre madres e hijas.
Nos cuestionamos acerca de cómo intervenir para restituir la posibilidad de encuentro en una relación perturbada entre una madre y una hija, sea que nuestra paciente sea la madre, la hija o ambas.
Uno de los prejuicios más frecuentes es intentar descubrir “causas” o “culpables” en esta situación.
Más de una vez nos hemos sorprendido de escuchar cómo se compadece tanto a la madre como a la hija en términos de: “pobre esa chica con la madre tan absorbente, o autoritaria, o sobreprotectora, o abandónica”, o en el caso de la madre: hasta se han escrito libros para las pobres madres de hijas adolescentes, que son demandantes, arbitrarias, injustas. No desconocemos el hecho de que actualmente la adolescencia comienza cada vez más tempranamente, alrededor de los 10 años para finalizar en muchos casos cerca de los 30 años. con lo que las pobres madres y también las pobres hijas tienen justificado su malestar y por supuesto este desencuentro que parece tornarse insalvable.
Esta manera de abordar la situación se está transformando en una especie de mito que como tal funciona como un modo de generalización del problema.
Estos mitos no nos conducen a la superación del desencuentro, sino muy por el contrario, estarían contribuyendo a tomar como natural o “normal” conductas que podrían modificarse para llevar al vínculo a un nivel mucho más beneficioso tanto para las madres como para las hijas , repercutiendo asimismo en todo el entorno familiar y social.
En primer lugar vamos a puntualizar la idea de causa, como por ejemplo creer que la madre es la causante de que su hija no avance en el logro de determinados objetivos, o que no se desarrolle en ciertas áreas.
Ya mencioné anteriormente de qué modo interviene el referente de lo precedido en la estructura de cada existente.
Muchas veces surge la tendencia en los hijos a justificar su no-poder ser, o no poder-hacer poniendo en los padres en el lugar del que no permite.
Es en este punto en el que la hija necesita animarse a ser libre, pues este desencuentro está obstaculizando su verdadera posibilidad de elegir y ser. Si encuentro es diálogo, es escucharse, es pedir, es aceptar, la intencionalidad de la hija debe estar dirigida a salir del antagonismo, de la desconfianza para crecer y animarse a ser.
Desde el lugar de la madre, insistir en que su hija cambie en el sentido que ella le da a su propia existencia es negar que su hija es otro ser humano, otra existencia, diferente en muchos aspectos, pero capaz de hallar sus propias significaciones que la conducirán a la concreción de su proyecto. En esta aceptación deberá poner en juego el respeto y la confianza que su hija necesita para elegir en libertad.
Perseverar en la búsqueda de causas sería continuar con una mirada puesta en el pasado. Es desconocer la diversidad. Es alejarse del proyecto. Es no poder avanzar. Es quedarse en lo ya dado. Es permanecer en el no-ser
En todo evento interviene una génesis de sentido y no una causalidad.
Responde a una organización y estructuración de la personalidad de acuerdo a los “juegos de posibilidades”. Frente a cada hecho o a cada evento, existe la posibilidad de elegir un camino u otro.
En segundo lugar, mencionaré como contraproducente el hecho frecuente de buscar culpables, víctimas o victimarios en la relación.
No hablamos de culpa, sino de responsabilidad.
Si creyéramos que el ser humano es víctima de los acontecimientos, estaríamos negando la auténtica posibilidad del hombre de ser libre con responsabilidad por lo que ha elegido. Todo lo que es capaz de hacer el ser humano siempre estará embargado ya sea por lo que hace como por lo que no hace.
Por este motivo es que desentrañar el sentido del desencuentro, también nos lleva a comprender que esas conductas que alejan a madres de hijas, no son sino las expresión de un desencuentro consigo mismas, de un alejamiento de sus propias posibilidades de ser sí-mismas, auténticamente, con responsabilidad y cuidado del otro y de sí mismas.
Es en el mundo propio, en el sentido de sus existencias, que se dificulta la capacidad de trascender el momento presente, de visualizar el futuro.
Sólo la búsqueda del sentido de sus propias existencias, devenidas en co-existencias les permitirá restituir el vínculo amoroso, lo que cada una es capaz de dar para la otra y para sí misma.
Si como co-existencia, la madre y la hija despliegan su posibilidad de ser libres, no es una ni la otra que le “darán libertad” a la otra sino que cada una podrá dar sentido a su libertad a partir de sus propias acciones.
De esta manera, cuando una madre logra vincularse con su hija en el sentido del cuidado y de la responsabilidad, estará aproximándose a ella, es decir, estará más próxima, su hija podrá contar con ella. Ella podrá contar con su hija. Y juntas podrán transitar por senderos de respeto y de crecimiento mutuo
Lic. Teresa R. Glikin

BIBLIOGRAFIA
Buber, Martín . Yo y Tú
Glikin, Teresa : La nostridad
Lain Entralgo, Pedro: Teoría y Realidad del Otro
Rispo, Pablo: Por las Ramas de la Existencia
Rispo, Pablo : El sentido para Ludwig Binswanger y Víctor Frankl
Rispo, Pablo y Signorelli, Susana: La Terapia Existencial

postheadericon Terapia a puertas abiertas por la Lic. Susana C. Signorelli

Terapia a “puertas abiertas”
Hace ya muchos años, cuando era estudiante en la escuela secundaria, mi proyecto estaba orientado a ayudar a los demás, pero me preguntaba cómo hacerlo, desde mis lecturas, me orienté hacia la Psicología y allá fui, a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bs. As., donde en aquel tiempo se estudiaba la carrera de Psicología. En ese entonces me apasionaba la clínica. Siendo estudiante comencé a concurrir al Hospital “Prof. Dr. Luis Güemes”, invitada por el Prof. Dr. Pablo Rispo y empecé a percibir que con mi accionar era poco lo que podría hacer, para mis fantasías juveniles de “salvar a la humanidad”. (1)
Ya desde aquel momento sospechaba que el compromiso del terapeuta abarcaba algo más que estudiar para luego esperar a que alguien concurriera a la consulta. Lo vislumbraba como un largo camino que debía recorrer el paciente en busca de ayuda hasta llegar a un terapeuta, un largo camino de sufrimiento. Y por el lado del terapeuta, también debía esperar, en primer término, a que una persona entrara en crisis o enfermara y segundo, que decidiera solicitar una entrevista, recién ahí podría hacer algo, ya sea en forma individual o grupal, y esto último ya era abarcar más posibilidades.
Siendo aún estudiante, creía que la posición que más me representaba era aquella que respondía a mi propio sentir, la posición existencial y digo expresamente posición porque es una postura frente a la vida, es una visión de mundo que implica el compromiso pleno con el otro, en este caso, con el sufriente, no ya de una patología particular, sino sufriente porque sufrir le atañe a todos los seres humanos, como también la cuestión de preguntarse por su ser y por el sentido de la propia existencia. Este tener que ser al que obliga el hecho de ser arrojados al mundo implica un compromiso consigo mismo y con los demás.
Si como existente soy un ser-en-el-mundo, que trasciende su propio ser y su propio mundo en una misma acción, ya que ser y mundo son inseparables, si para realizarme como tal, en mi accionar, entrelazo mi existencia con otra existencia, para ser y hacer juntos en el amor, como terapeuta debía encontrar la forma de llevar a la práctica tal manera de concebir el mundo. Esto se transformó en una búsqueda incesante, hasta hoy día, pienso que los caminos para llegar al otro y cuidar de él, pueden ser múltiples, incluso ir creándolos en el propio transcurrir de la terapia, para así, juntos, ir abriendo nuevos rumbos al coexistir, facilitando de este modo, el despliegue de las potencialidades que permanecían en las penumbras.
Comencé a cuestionarme desde lo más básico: la relación terapéutica misma, punto de partida de todo lo que luego vendrá, cómo es esta relación tan particular, qué alcances tiene, cómo llegar a la intimidad del otro, etc. Emilio Romero considera “la psicoterapia como una forma privilegiada de encuentro interpersonal y como una forma de ayuda”. La considera privilegiada porque “el espacio psicoterapéutico es el único lugar donde la persona, necesitada de ayuda, puede ser verdadera, sin necesidad de cubrimientos falsos, como habitualmente se presenta en sociedad”. Y esta invitación a la desnudez de su intimidad se la formula el terapeuta con su actitud, dándole el tiempo necesario para confiar en esa nueva relación, ya que “viene acostumbrado a cubrirse y a no confiar sus “debilidades” más profundas” a los demás.
El término psicoterapia al que estamos acostumbrados a designar a este quehacer para alcanzar la “salud mental”, nos muestra, incluso este último término (salud mental), que son dicotómicos. Psicoterapia es terapia de la psique, con lo cual omitimos el cuerpo, aparentemente de forma deliberada y por salud mental hacemos referencia a un tipo particular de salud, diferente a la del cuerpo, escindida de él. Nuevamente tenemos dividido al ser en mente – cuerpo. Sin embargo, cuando un paciente, viene a consulta, viene con todo su ser, con toda su salud y enfermedad, y como tal tendremos que acercarnos a él, a la intimidad de su ser que se manifiesta en una presencia corpórea y donde se va gestando un vínculo afectivo en el transcurrir temporal de esos encuentros. Por lo dicho, prefiero utilizar el término terapia para designar este camino en procura de la cura y aquí cura no está tomado como el logro de alcanzar la salud a partir de la enfermedad, o dicho de otra manera quien logra la cura logra la salud y se aleja de la enfermedad, sino cura como cuidado del ser.
Toda persona que se acerca y busca un vínculo terapéutico no siempre está enferma, puede atravesar una crisis existencial y entonces no hallará la salud como paradigma de esa búsqueda sino un encuentro humano facilitador del despliegue y descubrimiento de su ser, y para quien la terapia como instrumento para alcanzar la salud mental, no tendría sentido.
La vía regia de acceso al ser del otro es la afectividad que se hace cuerpo presente en el encuentro con el otro. El eros terapéutico, es un eros a mitad de camino entre el amor incondicional, expresado por C. A. Seguín como el materno y el condicional que según el mismo autor es el paterno. Es incondicional por cuanto te acepto y te quiero por ser quien eres pero también es condicional porque espero de vos que cumplas con tu propio ser ya que ese es mi propio llamado a ser. El terapeuta tiene que tener en cuenta que en este camino vamos juntos porque la terapia está dirigida a ser con el otro, hacia el otro y para el otro.
Veíamos recién que entre estos seres se establece una relación a la cual llamamos relación terapéutica y si hablamos de relación por lo menos tiene que haber dos personas, una a la que llamamos terapeuta, y no ya psicoterapeuta y otra a la cual llamamos paciente, aunque también aquí debemos cuestionarnos si siempre lo es y con qué sentido lo designamos así. También aquí podemos advertir que si hay por lo menos dos personas, la terapia no puede ser nunca individual, a lo sumo será personal o bipersonal, veremos esto más adelante. Tratando de esclarecer este vínculo tan particular decíamos que estaba a mitad de camino entre el eros materno y el eros paterno, tampoco sería el modo dual en su faz de amistad o de relación amorosa al estilo de Binswanger, tampoco es una relación médico-paciente típica, como bien lo señala Romero, ya que el médico tiene como objetivo curar un cuerpo enfermo y no muchas veces necesita conocer a la persona enferma y así la dicotomiza y la objetiva, se dedica al dolor, no al sufrimiento, como si pudieran ir separados, el médico se permite una “acción objetiva y técnica”, pero el terapeuta se dirige especialmente a la intimidad, entonces ¿de qué objetividad y técnica podemos estar hablando? El médico puede no sentir afecto por este paciente determinado y hasta ni conocer su nombre, especialmente el cirujano o el médico de terapia intensiva, sólo siente un afecto genérico por la humanidad misma pero no está involucrado con el ser de la persona, el terapeuta necesariamente debe involucrarse en los insoldables vericuetos de la profundidad del ser.
Algunas corrientes terapéuticas, al paciente lo llaman cliente, expresión que no comparto ya que se asemeja a una situación mercantilista, que tomamos del mundo de la economía. Para el clientelismo, hay oferta y demanda, pero si el paciente fuera un cliente querría decir que el terapeuta es un vendedor y vendedor de qué, ¿acaso de salud mental? ¿Puede un terapeuta decir que vende salud mental? ¿Oferta salud mental ante la demanda de un paciente? Me complace más el término que usa Romero, para quien el paciente es un “coagente”, porque es agente activo de su cura, de su cuidado, resaltando así el carácter de no pasivo que pudiera caberle a la palabra paciente. Sin embargo, prefiero el término paciente y no por el aspecto de pasivo sino de padeciente, de ser un ser que sufre y no paciente como enfermo, ya que como dijimos antes, quien consulta no siempre está enfermo ni responde a lo que designan los números y letras del DSM IV.
¿Pero cómo encuadramos la relación terapéutica en una relación de afecto si esta relación parte de una especie de “contrato” ya que el paciente o padeciente o coagente o sufriente o persona, paga por la consulta o sesión de terapia con el terapeuta, con roles y jerarquías establecidas de antemano? De ahí que, como el paciente paga por un “servicio” se lo podría llamar cliente.
También se lo podría llamar consultante, porque puede concurrir a una consulta psicológica. Se lo podría llamar enfermo porque puede padecer una patología psicológica, pero parece ser que este término “relación psicoterapeuta-enfermo” mucho no gusta a los profesionales del mundo “psi”. Hasta ahora parece que la tradición heredada del quehacer médico consensuó en llamar a este vínculo, relación médico-paciente y nosotros, los trabajadores del mundo “psi”, la llamamos “relación psicoterapeuta-paciente” o “terapeuta-paciente” para abreviar y no por el sentido de no dicotomizar al ser. Acá también deberíamos preguntarnos si somos trabajadores o estamos más cerca de los chamanes, dada nuestra cercanía con el mundo mágico afectivo y por el aspecto de arte que tiene la terapia.
Cabe también cuestionarnos cómo llamar a este encuentro donde discurre la relación, tradicionalmente la designamos como “sesión” pero bien podríamos aceptar el término de reunión terapéutica, acuñado por Pablo Rispo.
Evidentemente esta relación necesita de una formalidad, honorarios, lugar, días y horas para el encuentro, pero todo esto es secundario, al igual que las jerarquías y roles preestablecidos, se trata de un encuentro humano donde no hay jerarquías, se igualan como posibilidades de ser y lo que lo llevará hacia la cura será la relación terapéutica misma cuando ésta está basada en la autenticidad de ambos. Es un ser humano que se encuentra con otro ser humano.
El terapeuta es un experto en salud mental y en enfermedad mental y al mismo tiempo no lo es aunque tenga esos conocimientos, es un experto en técnicas y diagnósticos, y al mismo tiempo no lo es, aunque conozca sobre el tema y las utilice, además para qué un terapeuta querría conocer todo esto y para qué le serviría frente a alguien que consulta por una crisis de identidad, por una crisis de valores, por una crisis a la que fue llevado por el desempleo, etc. El terapeuta es una persona que tendrá que recurrir a la propia creatividad y no a modelos establecidos de cómo hacer terapia, ya que ningún manual le enseñará a ser un coexistente, el terapeuta es alguien que se ofrece como posibilitador de lo que el consultante desea encontrar y que ya está en él, pero tal vez de forma inadvertida, necesita un ser que lo comprenda y lo quiera, y ese es el terreno nuevo por el que se animará a transitar, el de la afectividad, que después de todo es por lo cual padece y consulta.
Cada encuentro es único y particular, por eso no hay recetas a aplicar, es como un artista frente a su obra, saber mucho de gramática no hace a nadie escritor, saber mucho de teorías de las formas y el color no hace a nadie pintor, saber mucho de teorías psicológicas no hace a nadie terapeuta. Saber es necesario pero no suficiente, los terapeutas cabalgamos entre la ciencia y el arte, nada más preciso que aquí para referirnos a la tan famosa frase del “arte de curar”. Muchos noveles terapeutas se sentirán decepcionados ante esta aseveración, se sentirán perdidos al no saber de antemano qué camino tomar, simplemente los invito a que sean ustedes mismos.
En la relación terapéutica de encuentro, ambos tienen la necesidad de que el otro sea, pero también ambos saben que algún día, sus existencias correrán por caminos diferentes pero sabiendo que cumplieron auténticamente con su proyecto. Esta no es sólo la labor del terapeuta hacia el paciente, iluminarlo en su camino de libertad, sino que el terapeuta mismo ve cumplir su proyecto y su sentido en la realización plena de las posibilidades reales de quien un día se acercó a él para que lo ayude. Ambos son seres que se transforman en el transcurrir de cada encuentro, van moldeando sus existencias, tal vez, uno con mayor conocimiento de sí mismo y de sus vínculos, que aporta al otro su presencia para permitir con el diálogo creativo, el surgimiento de nuevas perspectivas, en un verdadero proceso revolucionario.
Cuando un paciente concurre a terapia se abre un horizonte indeterminado pero que contiene un sentido previo que va despejando la ambigüedad del comienzo y cuyo punto de partida es la presencia.
La génesis del sentido según Husserl “se instaura en forma originaria en una conciencia de un mundo vivido que tiene su historia y una prehistoria. La vida (vivenciada) que emerge es historia sedimentada, con carácter dinámico y posibilidad de reorientar su curso, cuyo objeto o sentido son intenciones en apercepciones”. Y este será el compromiso terapéutico, nada está dado de antemano, como teoría que sustente mi accionar, sino que este carácter dinámico y re-orientador lo posibilita lo creativo del encuentro y será poder saltar a lo nuevo, a lo desconocido, para irrumpir en la conciencia del otro y sorprenderlo con la aparición de lo novedoso, para que sus respuestas aprendidas a mantener el fluir temporal como una igualdad fija, se rompa y tenga que necesariamente crear una nueva respuesta que seguramente será vivida como riesgo ya que tomar decisiones significa arriesgarse, es estar en disposición de salir fuera y esto es válido tanto para el paciente como para el terapeuta.
Una vez definida la relación, debemos incursionar en cómo llevar adelante este vínculo con la finalidad de alcanzar el objetivo común de lograr desarrollar el ser de quien nos consulta. Pensaba, que elegirme como terapeuta debía implicar algo más que cuidar al otro, elegirme como cuidadora del otro era también cuidar mi propio ser y de esta manera la terapia no podía quedar encerrada en las cuatro paredes de un consultorio. Si la existencia es un “puertas abiertas” al devenir, un ir siendo que se despliega permanentemente, en el espacio-tiempo de nuestra facticidad, el terapeuta, no podía quedarse encerrado en ese espacio del consultorio, tenía un compromiso mucho más allá de ese habitáculo.
Así como la existencia es un puertas abiertas, para la misma clínica, debía darse una situación semejante, de puertas abiertas que por un lado significan que el otro (paciente) es otro como yo (terapeuta) pero a su vez, lo que nos asemeja por ser humanos es lo que nos diferencia por ser únicos e irrepetibles, que nos encontramos en este recorte de nuestras vidas, en la cual tratamos, uno y otro de darle sentido a nuestras existencias individuales, para la realización y trascendencia de ambos, que deviene en coexistencia, ya que un paciente que descubre su sentido y lo despliega, realiza el sentido del terapeuta que es ayudarle a encontrar su sentido. Entonces ambos salen modificados por esa relación.
Y por otro lado, las puertas abiertas de ese encuentro, son literalmente abiertas ya que la relación terapéutica no tiene porque circunscribirse al consultorio ni al habla misma, ya que la palabra no es el único modo que tenemos para comunicarnos, puede ser en cualquier espacio si fuera necesario, como me ocurrió con una paciente de 14 años con fobia a la calle, que buena parte de su terapia consistió en salidas por la calle que rápidamente resolvió en el mismo contexto de su problema, se podría objetar que sólo resolvió lo sintomático y no lo profundo o lo estructural, pero a los 14 años recién está en la génesis de su personalidad y de su modalidad de ser, este acontecer de la fobia, era tal vez el comienzo de una existencia demorada en los términos de Pablo Rispo y acompañarla en sus temores a crecer, significó que pudiera dar el salto, salir de lo familiar, umwelt, (Heidegger), de las facticidades del en sí, (Sartre), y saltar a la otridad que la pudiera contener para que su existencia retomara el rumbo hasta ahora temido y esto puede significar para sus escasos años un aprendizaje para la resolución de futuros problemas y aconteceres de su existencia. Con lo expresado, algunos psicoterapeutas me podrán objetar que salir del “encuadre” rompe la relación psicoterapéutica. Simplemente diré que no rompe nada, ya que ninguna de las dos dejó de ser lo que era para ese encuentro existencial y las dos dejamos de ser lo que éramos en la medida en que se iha dando el encuentro. Es el ser quien deja irse al no ser. El enfrentarse a sus miedos en un contexto de seguridad afectiva, le permite resilientemente, recurrir a sus aspectos sanos y constituirse en ellos como un nuevo ser. Ninguna de las dos dejó de ser quienes éramos, en este caso, yo terapeuta y ella paciente, pero ambas nos transformamos, ella dejó de tener miedo y yo vi cumplido mi sentido.
Volviendo a las “puertas abiertas” el terapeuta puede utilizar todos los recursos a su alcance para conocer el mundo del paciente, ya sea viendo las creaciones de pacientes artistas, si lo fueran, o mostrando su historia en fotos o dando mensajes a través de elecciones musicales, o trayendo su producción escrita, o compartiendo acontecimientos de sus vidas como exposiciones, conciertos, casamientos, etc. y no por eso pierde su condición de tal. También puede invitar a participar de la reunión (sesión) a otros seres de su vida cotidiana que sean significativos desde sus afectos, como la pareja, hijos, padres, etc. todos estos recursos pueden utilizarse tanto en la terapia personal y no individual, como algunos suelen llamarla, como si la persona hiciera terapia sola, como en la grupal y ahora la tecnología permite otros medios de comunicación como el correo electrónico, si fuera necesario, como me ocurrió con esta misma paciente a quien en ocasión de las fiestas le mandé un saludo por e-mail y me comentó sesiones más tarde lo importante que había sido para ella recibir ese mensaje, no era un dato más que le había solicitado en la entrevista inicial sino que esa herramienta que utilicé de modo nada ortodoxo, le facilitó darse cuenta que la tenía presente, que me acordaba de ella más allá de nuestros encuentros, siendo que una de sus quejas era que la madre no la escuchaba pero no porque no la oía, sino porque no le daba importancia a sus cuestiones.
Otro aporte de la tecnología son las cámaras fotográficas digitales que permiten jugar con la creatividad y verse de cuerpo entero o parcializado, permiten descubrir miradas, gestos, posturas, aspectos aceptados y rechazados de sí mismo. Permite analizar el cuerpo como umwelt pero también en las dimensiones del mitwelt y del eigenwelt.
Como el ser humano es siempre un coexistente que se realiza en vínculos múltiples, pensamos que la terapia de grupo es la que más se parece a la vida misma y no como ya dije, la mal llamada “individual”, que sólo afirma o fomenta un vínculo bipersonal, aunque indispensable para el descubrimiento de ciertos aspectos de la intimidad o eigenwelt, en cambio, la terapia de grupo existencial permite esa multiplicidad de miradas y compartires afectivos, en donde espontáneamente va surgiendo en el grupo la necesidad de reunirse más allá de la sesión grupal propiamente dicha y es así que también podemos compartir asados, festejos, reuniones, etc. La intimidad y la privacidad no se pierden en estos encuentros “extra terapéuticos”.
Los pacientes mismos encuentran la necesidad de reunirse (con y/o sin sus terapeutas) en lo que dieron en llamar la post-sesión, como una manera de continuar compartiendo sus experiencias de vida terapéutica, por ejemplo, tomando café en un bar.
Esta relación tan particular entre terapeutas y pacientes en la terapia de grupo existencial va dando lugar a otras perspectivas y visiones en el aquí, ahora y entre nosotros, disímiles a la terapia personal, al ser las relaciones múltiples, el ser tiene oportunidades de verse a sí mismo, diríamos, “en vivo y en directo” con los otros. Permite al paciente descubrirse a través de las miradas de los otros semejantes, en este covivenciar experiencias íntimas de vida. Y también le permite al terapeuta percibir el despliegue del paciente con los otros más allá de lo que dice con las palabras. Se establece un vínculo personal fuerte y de gran confianza.
Además si pensamos que el existente es un ser que deviene, que es un ser siendo, que es un ser espacio-temporal, ¿por qué la terapia tiene que darse en un contexto de quietud, donde ambos estén sentados, escritorio o no mediante y donde ese espacio está delimitado y el tiempo acotado a los minutos establecidos? Con esto no quiero decir que propongo una terapia caótica, sin marcos de referencia, pero sí, que tenga en cuenta estas limitaciones con el fin de superarlas cuando sea necesario.
Un recurso valioso para esto en las terapias grupales, son las dramatizaciones y la utilización de música y luces de colores que ambientan el espacio, que dan lugar a un espacio y a un tiempo especiales, que serán los facilitadotes del despliegue óntico del ser como espaciación y temporación. Entonces a pesar de ser el mismo espacio, no es el mismo espacio, a pesar de durar un tiempo cronológico determinado, es un tiempo que no se mide con las agujas del reloj, son un espacio y un tiempo humorados, que facilitan que el paciente exprese su mundo vivencial y covivencial y le permiten descubrir la génesis de sentido, necesaria para su propio cambio.
Además, en tanto existentes somos seres que anclamos en nuestra corporalidad, ¿por qué debemos huirle al cuerpo en la terapia?
Y no sólo el cuerpo sino cada existenciario debe poder ser considerado dentro de la terapia existencial: la afectividad, la autenticidad, la espontaneidad, la luminosidad, el movimiento, la creatividad, la temporalidad, la espacialidad, la libertad, y referirlas a los tres mundos, umwelt, mitwelt y eigenwelt.
Desde el umwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal: pasado, el cuerpo, como cuerpo que tengo, los acontecimientos, los accidentes, la particular circunstancia, los hábitos, la familiaridad, las facticidades.
Desde el mitwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal presente y futuro, el pasado aquí es un sólo un referente de la historia personal con los otros, el cuerpo como corporalidad para otro, el modo de ser-contra-el-otro y ser-para-otro, la coexistencia.
Desde el eigenwelt tendremos en cuenta especialmente el éxtasis temporal futuro y ante-futuro (P. Ricoeur) con el proyecto y sentido de la existencia, el cuerpo como corporalidad o cuerpo que soy, el modo individual o personal en disponibilidad, la trascendencia.
Las dramatizaciones propuestas son expresadas en base a improvisaciones sin indicaciones, dejando que el ser fluya con los otros, donde lo que cada uno muestra es su propio modo de ser.
Las mismas las acompañamos con luces que ambientan el clima que se va creando y que conciernen a la espacialidad con su correspondiente luminosidad de la existencia, con música, que contribuye a la creación de un clima afectivo y corresponde a la temporalidad y la dramatización propiamente dicha, permite abordar la corporalidad y el movimiento, que sea expresada sin indicaciones ni libreto previo e incluso sin palabras, se relaciona a los existenciarios libertad, espontaneidad, creatividad y autenticidad, que podrán dar lugar a la neogénesis de sentido existencial y coexistencial como lo expresa Emilio Romero.
Algunas dramatizaciones parten de “juegos” propuestos, como por ejemplo, hacer una estatua que represente su angustia, o sus vínculos familiares o su posición dentro de un grupo, etc., a las que luego se les va dando movimiento y luego se analiza qué sintió y qué representa eso que “vio” (vivenció) en su vida.
Como mencioné anteriormente, un paciente, tanto en sesión o reunión terapéutica personal como grupal, puede hacer un dibujo o traer una música que lo represente o simplemente que le guste, indudablemente estas técnicas resultan ser más productivas en sesiones grupales, donde todos participan de la creación conjunta o de las vivencias que tienen a partir del descubrimiento de la intimidad del otro y de él mismo con los demás.
La historia en fotos es otro rico recurso, permite observar las figuras faltantes, descubrir estados de ánimo a través del tiempo y “jugando” con esa historia de vida, se puede cambiar la secuencia de las fotos, así el paciente descubre que con sus mismos elementos puede tener otro final, o sea, una vida diferente, abierta a un futuro distinto.
Las fotos digitales, permiten captar expresiones gestuales y posturales que en la rapidez del movimiento pueden perderse y que en cambio, la foto coagula para poder descubrir esos aspectos inadvertidos para luego trabajarlos y descubrir su significado, cómo esos aspectos están o no integrados en la cotidianidad de esa persona. Estas cámaras permiten ver la foto en el momento e incluso hacer acercamientos y alejamientos, parcializar un solo aspecto, por ejemplo una mirada o un gesto diverso con la boca, no correspondiente a esa mirada, nos permite acceder a aspectos desconocidos de la intimidad del otro para que el paciente mismo descubra su sentido del cambio. Toda esta tecnología, estará subordinada al descubrimiento de la intimidad, a una verdadera introvisión que favorezca el despliegue de una existencia y coexistencia auténtica.
Esta modalidad del trabajo terapéutico está en estrecha relación con el mundo de los afectos. Todo sentimiento tiene una significación que se logra en el sentir mismo y que revela al ser proyectando su mundo. La acción que va acompañada del sentir dará una nueva significación a una situación y con ello una comprensión de su modalidad de ser-en-el-mundo.
Y en estos interjuegos se va estructurando y solidificando una relación afectiva entre los distintos integrantes del grupo terapéutico más allá del vínculo con el propio terapeuta.
Los afectos siempre mueven, el moverse en ese ·conmoverse” le permite al paciente no sólo captar sino vivenciar ese íntimo moverse y ya no estará fijo en su propio espacio y en su propio tiempo, y como esos sentimientos van surgiendo en el cambio mismo y son experiencias que se perciben como cambiantes, descubre su propia posibilidad de cambio sin que nadie se la tenga que explicar.
La intencionalidad de conciencia es el camino que nos mueve, que nos llama, revelador de nuestro proyecto, allí en lo que el paciente expresa con su palabra y más allá de ella, lo que covivenciamos en la “sesión” de terapia, es en sí mismo revelador de su intencionalidad de conciencia y de su proyecto, que nosotros, tal vez, digamos que no tiene proyecto o que se apartó de él, pero que sin embargo, esa fragmentación o detención en su existencia es hoy su proyecto, su abandono al no ser y nuestra labor será, conjuntamente y creativamente encontrar ese ser escondido en el no ser.
Podemos advertir en la palabra conmovernos, que varios aspectos de la existencia quedan expresados en ella, en el con está implícito que hay otro alguien y no la soledad, en el término movernos, descubrimos que está presente un transcurrir, un ir siendo, y el ver-nos, nos revela una mirada hacia sí mismo, un conocimiento de sí mismo que parte de lo vivencial y finalmente el nos hace referencia a ese con inicial que ahora ya es una acción mancomunada con los otros, el nos es la unión de un yo con un tú, que no es algo más que la suma de las partes sino algo nuevo, con una nueva identidad, ni mayor ni menor que la anterior individual.
Hasta aquí, el planteo es desde lo expresamente y estrictamente terapéutico, pero como terapeuta existencial mi propio mitwelt no puede reducirse al consultorio ni siquiera ampliado con la terapia grupal, está también mi compromiso social que debo considerarlo para los propios conusltantes como apertura al mundo. Ya desde estudiante observaba a mi alrededor niños maltratados, niños de la calle, problemas económicos y falta de conocimientos elementales que podrían facilitar una mejor calidad de vida, falta de recursos o desconocimiento de dónde estaban esos recursos, jóvenes que cada vez más no encontraban su rumbo y se sumían en la droga, en el alcohol, en la desesperación, en el suicidio, ancianos desprotegidos, discriminación, abusos, delincuencia, el padecimiento de enfermedades crónicas sin encontrar contención, el auge del sida y de la sociedad de consumo, a su vez consumida por la globalización de la economía llevada a todos los planos, la corrupción, la violencia, la pérdida de valores y de perspectivas de futuro.
Si miramos todos los males con una mirada pesimista, encontraremos el sin sentido de la existencia con todas las variables del ser contra el otro pero si nuestra mirada se centra y se fundamenta en el amor, como lo más propio del ser humano, ya que el hombre es el único ser que ama (y también que odia), podremos alcanzar otra perspectiva para nuestro accionar como terapeutas.
Estamos en una época de crisis de valores donde el accionar del hombre parece divorciado del otro semejante, instrumentando todas las formas del ser-contra-el-otro, aquí hacemos referencia al mitwelt de Heidegger, divorciado y alienado de sí mismo, con todas las formas de la autodestrucción (eigenwelt) y hasta divorciado del entorno que habita ya que es el único ser capaz de destruir el medio ambiente (umwelt). Ya Kierkegaard observaba la falta de compromiso “apasionado” con los valores morales, donde no hay valores, todo se transforma en ideas abstractas, que en sí mismas carecen de vida. Las palabras de Kierkegaard están hoy presentes en este encuentro.
Entonces como terapeutas debemos preguntarnos ¿dónde quedó atrapada nuestra humanidad? Parece que cada vez nos alejamos más de cuidarnos como especie, depredamos a otros seres vivos, tanto hombres, como animales, como al reino vegetal, literalmente nos destruimos a nosotros mismos. Es hora de mirarnos más allá de lo que alcancen a ver nuestros ojos y preguntarnos si es posible otra realidad, si queremos otro mundo, donde el otro sea un ser de mis desvelos como diría Buber.
Si humanamente nos deshumanizamos, está también en nuestras manos volver a humanizarnos. ¿Y qué significa esto? Y además ¿cómo hacerlo?, ¿qué puedo hacer yo para mejorar esta situación? Alguna vez el hombre desde su mismo origen construyó valores y luego se apartó de ellos. Creo que hoy es hora de volver a rescatarlos o de crear nuevos, los que cada sociedad necesite para recuperarse y darnos así otra oportunidad.
Como terapeutas humanistas existenciales debemos preguntarnos permanentemente sobre nuestra propia actitud para con el otro, el otro es un tú y si se quiere mi tú y yo soy un tú para el otro. Como diría Sastre mi actitud compromete a toda la humanidad, soy libre y responsable de mi accionar frente a toda la humanidad, si algo es válido para mí, estoy inaugurando ese mundo como posible para el otro, esto quiere decir, si con mi accionar destruyo al otro, inauguro el ser-contra-el-otro también como posibilidad para él y si amo, inauguro el mundo del ser-para-otro, no sólo para mí sino de la misma manera para el otro.
Como dice Ortega y Gasset el destino del hombre es la acción, pero es una acción con sentido, con intencionalidad de conciencia, a diferencia del animal que si bien también se mueve, en realidad se desplaza en la contigüidad de su entorno a diferencia del hombre que puede perder de vista su espacio físico, no tenerlo ante sus ojos y sin embargo se dirige hacia ese allá, simplemente pensemos en los viajes en los medios de transporte, donde no tenemos ante nuestros ojos la meta y donde ni siquiera nos movemos en busca de agua. El animal sin conciencia de sí mismo, ni de valores ni de intencionalidad de conciencia, se lanza en búsqueda de alimento, copulación o guarida, está absolutamente ligado a lo vital, a la conservación de la vida y de la especie y nunca pierde con su acción, su condición de animalidad, tiene instintivamente la certeza de la vida o de la muerte, la cual acepta, pero el hombre en cada movimiento, por su propia conciencia de ser hombre tiene otros movimientos posibles, otras elecciones que al decidirse por una, deja de lado todas las demás y esta posibilidad de libertad no produce certezas, nunca está del todo seguro de lo que va a acontecer, aunque lo planee, aunque lo intencione siempre está abierto a la incertidumbre, esto lo angustia y para escapar de ella pierde precisamente humanidad, pierde lo que lo hace hombre, masificándose en el Dasman de Heidegger, pretende escapar de la angustia de elegirse continuamente como ser auténtico.
Dicho esto, como terapeutas humanistas existenciales ¿no debemos estar permanentemente alertas para no masificarnos en teorías acerca del hombre, de su patología y de cómo curarlo sino tratar de encontrarnos en la humanidad que nos constituye a ambos, terapeuta y paciente, terapeuta y comunidad? Aclaro una vez más, que todos los conocimientos acerca de la naturaleza del hombre y de su salud o enfermedad, no es que no sean necesarios ni que haya que desecharlos, sino utilizarlos como herramientas facilitadoras de alguna acción pero secundarias a la acción misma de tratar de encontrarme con la humanidad del otro sufriente, ya sea que consulte o al que yo, terapeuta, vaya en su búsqueda.
El terapeuta no puede quedarse impávido frente a este mundo, esperando que lo vengan a buscar para socorrer a alguien que sufre. Si el sufrimiento está en todas partes, como mencionaba anteriormente, por qué entonces, el terapeuta no puede ir en la búsqueda de esos seres que padecen para aliviarlos, para que no entren en situaciones de conflicto, para que conciban, si fuera viable desde pequeños, visualizar que hay otras formas posibles del coexistir, encontrar otras formas de comunicarse, basadas en la solidaridad como máxima expresión de acción del ser-para-otro
Y estas “puertas abiertas” del consultorio se transforman en las “puertas abiertas” a la comunidad y esto no es otra cosa que hacer prevención allí donde existan los problemas, para que no se transformen en conflictos o en situaciones sin salida, que por otra parte son muy fáciles de detectar porque forman parte de nuestra vida cotidiana y que además los medios de comunicación nos muestran habitualmente.
Ante cualquier problema que estemos dispuestos a encarar desde la prevención, deberemos comprender el mundo del otro no desde nuestra visión, ni tampoco desde la del otro, sino de la que podamos construir juntos, como diálogo entre existencias.
Como terapeuta existencial no puedo ni debo eludir el compromiso de esa responsabilidad social, involucrarse será entonces ejercer alguna acción en pro del bienestar ajeno.
Un terapeuta que se queda encerrado en las cuatro paredes de su consultorio, sólo podrá pedirle a un paciente que se comprometa con un proyecto individualista, donde no tenga en cuenta al otro pero nunca podrá pedirle, en esa apelación al tú de la terapia, que oriente su búsqueda de sentido y de realización hacia el logro de un encuentro coexistencial.
Muchas veces le decimos a un paciente que salga de su ensimismamiento, sin embargo, muchos terapeutas sólo pueden mostrar el propio ensimismamiento en la teoría que los resguarda y como dije antes, también ensimismado dentro de la seguridad que ofrecen las cuatro paredes de su consultorio y en su propio saber. Habrá que preguntarse entonces ¿cuál será la intencionalidad de conciencia del terapeuta y cómo será posible que pueda trabajar la intencionalidad de conciencia del paciente si él mismo no es un ser abierto a la incertidumbre de la existencia?
Las “puertas abiertas” muestran también el propio coraje de ser terapeuta allende en el mundo y no acorazado en el conocimiento tradicional. La búsqueda permanente de nuevas posibilidades facilitará el encuentro de estos dos seres (como mínimo) para el logro de la llamada “cura” que proviene de la procura o del sörge y fusörge de Heidegger. También Binswanger nos habla del modo dual como modo del coexistir para el otro, ya sea en la relación amorosa como en la amistosa y Pablo Rispo, incluye en esta relación dual a toda relación amorosa no sólo la de pareja, sino también la relación terapéutica. Yo le agregaría que el amor a la humanidad genérica plasmado en una acción con y para los humanos como semejantes, es otra manera de consagrar el sentido terapéutico en una obra más allá del espacio acotado. Ese es el compromiso que propongo, salirnos de lo establecido, respetando al otro, para facilitar un cambio social en las relaciones humanas. Es lo que llamo estar con las “puertas abiertas”, disponible a la incertidumbre que siempre acontece en el encuentro con el otro genérico de la comunidad y con este otro particular llamado paciente.






Bibliografía
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postheadericon FENOMENOLOGÍA DE LAS MODALIDADES DEL PODER por el Dr. Pablo Rispo

Cuando hablamos del poder debemos distinguir las diferentes acepciones en las que habitualmente usamos esta palabra y cuestionarnos a qué poder nos estamos refiriendo en particular.
Si mencionamos el poder genéricamente, vemos que inunda todos los niveles de las relaciones humanas. Existe un poder político, uno económico, un poder corporativo, un poder eclesiástico y hasta un poder filosófico intelectual, para no mencionar los infinitos modos de poder que abarcan las estructuras sociales. Por lo tanto, no podemos excluir el poder que se ejerce y que se pueda dar en una relación psicoterapéutica.
La idea, y no solamente el sentimiento de poder, implican dos acepciones totalmente diferentes y antagónicas. Tendremos que discriminar fenomenológicamente, qué entendemos por el poder que se puede ejercer como imposición autoritaria y de sometimiento, del otro poder como posibilidad, potencialidad de ser-con, de ser hacia y poder ser para el otro de la ajenidad y de la propia alteridad del sí mismo.
El poder del autoritarismo de la psicoterapia
En este modo de ser prevalece el poder autocrático, lo que se hace presente en cada acción, es la actitud de un ser-contra-el otro.
Imponer una idea, un pensamiento, una teoría, por más que pueda tener el aspecto de una verdad que pueda ser intencionada en aras del “bien”, no deja de contener un sujetar, un imponer una concepción de mundo preestablecida de acuerdo a una ideología, un pensamiento en tanto abstracción racional, que responde a un paradigma naturalístico, psicologista o sociologista. Si tratamos de imponer un teoría, veremos que deberá cumplir a rajatabla como si fuera una verdad suprema, cuando no un dogma. En el dogma, todos los seres humanos se “identifican”, se alinean y piensan de una manera determinada dictada por la “ley”.
Todas las teorías en general y en particular una psicológica, albergan a un ser conocedor de la “verdad”; por lo tanto tiene el poder del conocimiento. Esta situación de conocimiento no expresa ningún riesgo, ni para el conocedor, ni para el que no conoce la teoría.
El problema surgirá cuando ese conocedor de la teoría quiera aplicarla en toda y en cada una de las relaciones vinculares interhumanas. Aparece entonces la parábola del amo y el esclavo. Un ser que domina a otro ser, a través de su conocimiento, y sobre el cual ejerce presión y violencia.
En muchas corrientes psicoterapéuticas, por más que puedan existir las mejores intenciones de curar por parte del terapeuta, no dejará de ser él mismo, el amo del conocimiento y el paciente debe someterse a la dependencia, no de la persona, pero sí del conocimiento que posee el terapeuta.
En cada sesión se repite esta modalidad de un auténtico y verdadero patriarcado feroz, donde se impone la verdad suprema del “Yo sé y vos (tu) no sabés”, no importa demasiado el vínculo interhumano emocional-afectivo. Además, es lo que menos se estudia y por lo tanto, lo que menos se sabe. Y si no se ha “estudiado”, no se conoce, si no se conoce, no se puede actuar en consecuencia, por cuanto no es considerado ni tenido en cuenta como posibilidad humana. La desconsideración que puede tener cualquier cientificista al respecto de la vida intuitiva afectiva, es tan grande que nunca puede salir del cono de sombra en que se encuentra su propia existencia y nada podrá hacer afectivamente por alguien que sufre.
Como dije, el paciente debe someterse al tratamiento, por lo cual, la elección del enfermo será de actuar como esclavo de un amo que sabe y estudió para llegar a ser amo. El psicoterapeuta se transforma en el profeta del conocimiento que puede llegar a develar “el oráculo de los dioses del bien y del mal”.
Este nuevo personaje racional, es el “nuevo dios” del mundo psicoterapéutico. Se ubica en las alturas, no sólo para develar cuales son los enemigos internos y cuales son los enemigos externos del paciente, sino que al mismo tiempo, da lugar a una situación de amo-esclavo moderno, por más psicoterapeuta que pueda ser.
¿Cómo podrá haber una auténtica posibilidad de cambio existencial, cuando la relación terapeuta-paciente, inserta en la sociedad actual, no es otra cosa que un recorte de esa misma sociedad burguesa, consumista, globalizada e individualista, y en la cual existe el poder corrupto de la conquista, de la supremacía de uno sobre el otro, sin ninguna posibilidad de ejercer un contrapoder como puede ser el disenso?
En este tipo de relaciones psicoterapéuticas no cabe el disenso, ya que casi siempre viene interpretado como resistencia al cambio, como un mecanismo de defensa o directamente como de rebelión contra la autoridad del saber.
Sin embargo, no podremos hacer recaer todo el peso de la incomprensión de la situación psicoterapéutica en el único responsable que sería el psicoterapeuta.
Sin tener demasiada conciencia de la situación en la que se encuentran, tanto paciente como psicoterapeuta, no pueden hacer demasiado para que realmente puedan darse las condiciones para una transformación existencial. Lo cierto es que ambos están sujetos al poder de las imposiciones de sociedades corporativas que dictan las formas de ejercer la profesión mediante un tributo obligatorio. Los profesionales que no cumplen con este requisito corporativo, serán sancionados, aunque más no sea pecuniariamente.
Así como los profesionales están obligados a contribuir económicamente para poder ejercer su profesión, los pacientes están obligados a abonar de alguna forma la prestación que se le puede brindar como “clientes”. Esta modalidad de pagar, es aceptada de común acuerdo entre sociedad corporativa y los profesionales, y entre éstos y los pacientes. No entra en consideración que un paciente puede elegir su propio terapeuta. Les son asignados los que pertenecen a una cartilla de la obra social, o como puede ser en un hospital que piden un turno y no saben quién los va a atender. En estos casos, la libertad de un paciente viene cercenada desde el comienzo de la relación vincular psicoterapéutica.
En el juego de amo-esclavo no tiene lugar ninguna forma de pensar, de sentir o de disentir. En la esclavitud no cabe la libertad.
¿Por qué debería involucrarse un profesional con su esclavo? ¿Qué sentido tendría comprometerse emocionalmente, cuando el paciente es únicamente un objeto de estudio?
Cualquier cuestionamiento a la autoridad del saber es sinónimo de enfrentamiento y subversión, para lo cual se deberán poner en acción medios represivos y contenedores del desborde. Estos pueden ser el chaleco medicamentoso, la internación en instituciones lamentables, no pocas veces semejantes a campos de concentración, por el hacinamiento y la dejadez que pueden ser esos centros de “recuperación”.
Este “nuevo dios” es el poseedor de todos los conocimientos referidos al mundo psicológico: de esto no hay dudas. Aprendieron en universidades y diferentes cátedras todas las teorías posibles, sea la freudiana, la lacaniana, la sistémica, la cognitiva, la constructivista, la reflexológica, etc.. Todas ellas imparten conocimientos teórico-racionales de lo que debe ser “normal” y lo que es “anormal”.
Sin embargo, no hallaremos ningún psicoterapeuta con estas formaciones racionales, que pueda comprender y abarcar en su complejidad, el mundo bio-psico-social de una persona, y no de un paciente, que se halla en un momento circunstancial, temporario o definitivo, de su propia caída existencial, de su desinserción mundana de ser con, hacia y para el otro.
Todos los terapeutas racionales intentarán ubicar al paciente en tal o cual cuadro psicopatológico, relacionado con el DSM IV, con tal o cual clasificación, para ubicar a ese paciente en el mundo de la masificación de lo qué le está sucediendo.
Jamás se preguntará, qué es lo que vivencia el paciente, qué efecto produce vivencialmente en el terapeuta lo que expresa el paciente, no como contratansferencia, sino como lo real de su propio intuir vivencialmente en el aquí-ahora-y entre nosotros.
El sentir y el vivenciar no alcanzan, en nuestra sociedad, a tener un rango de importancia, como lo tiene en cambio la razón.
Ninguna relación de poder autocrático, tiene en cuenta al otro como un semejante, ni tan siquiera como próximo y menos como prójimo. Podrá ser un número, una cama, un caso, alguien para dominar y que deba obedecer las indicaciones. Quien cree en el dogma de una teoría, la hará cumplir a rajatabla. De la misma manera que quien tiene una fe en una creencia religiosa, en esa creencia está implícita la salvación del propio ser y se beneficiará de todos los privilegios posibles que brinda la salvación misma.
Pero puede haber otras realidades posibles de relación interpersonal psicoterapéuticas. Una cosa es que de manera prejudicativa, el profesional ejerza el poder de imponer a ese hombre-objeto, y por lo tanto objetivable, que a su vez responde a un recorte de la sociedad y de la cultura dominante, y otra es que el vínculo terapéutico, sea desde un comienzo una relación de pares, donde el profesional no posee ninguna verdad cierta y real de ese encuentro, por más que pueda tener sus realidades científicas.
Este otro punto de vista de la vinculación interhumana responde a un criterio humanístico. En el vínculo de la terapia, se organiza y se estructura desde un comienzo una particular manera de espacializar y temporalizar en el aquí-ahora-y-entre nosotros. No es necesaria ninguna teoría preexistente que justifique ese entre y ese nosotros.
La relación terapéutica humanista existencial o cualquier otra que se sustente en el sentido del entre nosotros, no origina ninguna violencia, ninguna imposición, ningún sojuzgamiento ni esclavización, por cuanto, cada integrante de ese vínculo terapéutico se sustenta en la calidad emocional, en el auténtico covivenciar, que se va creando en el devenir espacio-temporal del encuentro y en la comprensión mutua.
Por otra parte, ninguna teoría impuesta como verdad suprema, puede dar lugar a que una persona pueda modificar su intimidad. Ningún racionalismo científico, logra cambios sustanciales. Cuando algo se logra modificar, será tal vez, una simple sobreadaptación momentánea y no el pleno ejercicio de la propia libertad situada, para ser compartida.
Tampoco ninguna postura existencial deberá ser la expresión de un criterio moralista del bien y del mal. La única recomendación ética es la consideración y respeto por la intimidad del otro.
El entrevistado sólo modificará su manera de ser, cuando por cuenta propia y no por interpretación ajena, toma conciencia de su situación de caída existencial, de su situación fijada y anclada en estructuras de un pasado remoto.
La difícil tarea de llegar a una esencia constitutiva del propio ser, tiene su recompensa por cuanto es la persona que eligió cambiar, que descubre por sí misma todas las relaciones y los nexos de situaciones conflictivas. No son necesarias demasiadas interpretaciones, por cuanto es la misma persona en cura, la que se da cuenta de las situaciones conflictivas y de las posibles conexiones que derivan de la esencia problemática. Que luego decida o no modificar, ya es cuestión de su propia libertad de elegirse en cambio o seguir por la misma ruta, que sin embargo, ya no será vivenciada de la misma manera que en el pasado.
Para modificar viejas estructuras, hay que tener coraje, y sólo se podrá hacer cuando se cuenta con un punto de apoyo emocional afectivo, de ser comprendido en las situaciones vivenciales de injusticia, de abandono, de violencia y abuso de los propios derechos humanos y este apoyo se lo brinda el terapeuta.
El modo de ser auténtico del terapeuta, dará paso a la posible libertad del paciente, que se elige en una auténtica modificación existencial. Esta modificación existencial, podrá constituirse, aún más, si existe una red social de contención, dada por una experiencia terapéutica de grupo existencial. La ética no será ya, la que pueda tener el terapeuta como poseedor de la verdad, sino que dicha ética será la del grupo, la de la sociedad de pertenencia y la de los valores de la historia de pertenencia.
La calidad de conocimiento, nos hace tomar conciencia de que no existe ninguna verdad suprema. Existe una verdad real para ésta o tal persona, o para el terapeuta, que no siempre es coincidente con las realidades universales encerradas en las más diferentes teorías acerca del hombre genérico. Sin embargo las realidades personales pueden ser demoradas cuando implican una realidad creativa y creadora de posibles cambios de las realidades preestablecidas como universales. El mejor ejemplo es el de A. Einstein que vino a revolucionar el pensamiento de I. Newton.
En la relación terapéutica existencial, las respuestas que se pueden originar, no son meras palabras que responden a simples teorías. Son respuestas de un auténtico compromiso coexistencial a través de la propia experiencia de mundo compartido, amasado en las ausencias y presencias de tantos compañeros de ruta a lo largo de una vida vivida, que permitirán lograr verdaderas modificaciones que impliquen coejecuciones conjuntas para fines comunes.
El sentido y la búsqueda del propio ser-en-el-mundo, como expresa V. Frankl, lo podrá hallar, ya sea en el hacer algo por alguien, agrego yo, en el amar al otro de mi ser y en la propia finitud, como obra realizada y como legado para los desconocidos otros de la humanidad.
Esta actitud amatoria, hacia y para la humanidad, así como la creatividad y la permisibilidad de un covivenciar auténtico, no son en sí valores de corte ético-moralistas. Son las expresiones de una intencionalidad de conciencia existencial.
Existir implica salir de la intimidad con una finalidad determinada. Si salimos es para algo o para alguien, por lo tanto implica desplegar una actitud, una actividad que tendrá que revestir el carácter de creativa, para alcanzar una real co-vivencia, fin primero y último del propio ser-juntos-en-el-mundo. Sólo de esta manera, un paciente puede tomar conciencia de su historia socio-cultural y puede ser un activo protagonista de su propio proceso revolucionario, comprometido en tratar de ser un agente multiplicador de salud mental.
En toda relación psicoterapéutica en la que predomina el factor cantidad, el trabajo está dirigido a dar infinitas explicaciones posibles, a justificar las causas que intervinieron para que en el aquí y ahora del hoy, sea lo que es.
Esta modalidad explicativa, hace del hombre analizado, un ser sin responsabilidad, víctima de un poder excedido. Este develar, casi maligno, hace que el paciente se dedique cuanto más pueda a su mundo, a su yo, desvinculándose del mundo de la alteridad ajena. Por otra parte, tampoco habrá que confundirse cuando mencionamos la calidad emocional-afectiva como sinónimo de humildad, de caridad, ni tampoco instrumentar que la dignidad de los pobres debe ser la nueva verdad de la humanidad.
Esta inclinación a situarse en la reivindicación de los pobres, no deja de ser la contracara del poder, no pocas veces con un sentido demagógico. No olvidemos que la palabra reivindicación contiene encerrada la palabra venganza, reclamo, es decir pedir a gritos lo que no se da, o lo que debería ser justo para el ser humano. No conozco ninguna venganza que no manifieste la capacidad destructiva del hombre, sin que haya violencia y agresividad. Podemos afirmar que ni la humildad, ni la caridad, ni la compasión, ni la misericordia, ni la piedad, son cualidades emocionales-afectivas representativas de un acceso a un mundo de pares, y menos aún a un mundo decoroso de hermandad.
Habrá que estar alerta y considerar que también por la vía de la cualidad emociona-afectiva se puede ejercer violencia; violencia que es aún más infiltrante, silenciosa y no pocas veces paralizante, más que la misma violencia del poder impuesta verticalmente de manera directa.
El poder de la realidad de la terapia existencial
El ser humano que se siente perdido en este mundo brumoso, sin un sentido existencial, siendo un ser sin identidad y masificado, a veces se propone transformar su condición, por cuanto no soporta demasiado la angustia, el miedo de morir repentinamente, y las deplorables condiciones de aislamiento, soledad y oscuridad existencial en las que vive. Es el momento en que concurre a una terapia para transformar su sintomatología, para que un iluminado psicoterapeuta le alivie sus penas. Si le toca, en suerte, un terapeuta humanista, puede ser que se reencuentre consigo mismo y con el mundo de la alteridad propia y ajena.
En realidad, todo paciente viene a someterse, no concurre para ser el verdadero protagonista de su trasformación. No sabe, ni piensa, que al consultar a un terapeuta existencial, su terapia no se sustentará en el conocimiento, ni en lo racional e intelectual como prioridad. Tal vez, si dicho paciente lo hubiera sabido con anticipación, ni siquiera se hubiera acercado a solicitar un turno para una entrevista.
La intencionalidad de un terapeuta existencial es situar al paciente en ese aquí-ahora-y entre nosotros terapéutico, como una alternativa diferente y desconocida para el paciente, de cuidar y de ser cuidado, de ser juntos para el otro, para conocer y obrar en consecuencia. La transformación que vendrá en el futuro estará referida al cambio que se operará tanto en el paciente como en el terapeuta mismo.
El accionar intencional del terapeuta está referido al futuro, al por-venir. Este futuro no devendrá tal, si no existe movimiento alguno.
Todo acto alberga una potencialidad de acción, que se expresa en un espacio-tiempo actual. Este principio básico es el que nos permite afirmar que el ser humano, será siempre lo que puede hacer, actuar de acuerdo a las potencialidades, para desplegar en el aquí-ahora-y entre nosotros. A cada acto le corresponde una determinada emoción. Se establece una espiral dialéctica que va de la emoción originaria y real a la acción y este accionar deberá adecuarse constantemente al mundo ordenado de la lógica formal. La emoción-acción es la presencia de un proceso dinámico de la estructuración del ser, que se sustenta en la tesis-antitesis-síntesis. La síntesis pasa a su vez a ser una nueva tesis, que a su vez dará lugar a una nueva antitesis, para concluir en nueva síntesis, diferente a la síntesis previa. Todo el proceso es un constante dinamismo organizativo simbólico, como contigüidad y continuidad, hasta el último finar emocional.
Podemos comprender que lo expresado con anterioridad, corresponde a un proceso evolutivo del ser humano desde la iniciación al mundo, hasta la partida del mismo. Sin embargo, en todo su recorrido existencial, veremos que con frecuencia el consultante, nos habla reiteradamente de círculos dialécticos y no de espiral dialéctica.
Los pacientes ni se cuestionan en realidad cuál es el sentido de los actos reiterativos, pierden su tiempo en la maraña de los “por qué”, que nunca le dará la razón de los mismos, impresionan como seres detenidos en un espacio y tiempo de un allí-entonces-con otros personajes del pasado.
El ser humano es para la acción y por lo tanto para el cambio continuo, entonces caben las preguntas: ¿qué es lo que cambia?, ¿cuál es el sentido de cambiar constantemente? Y ¿por qué el cambiar es una necesidad ineludible?
Trataré de contestar estas preguntas. Todo ser humano es un ser que deviene, es lo que es y es lo que no es al mismo tiempo y en un mismo espacio, es además transitorio. En la medida que deviene, va siendo futuro. Está necesariamente obligado a devenir permanentemente. Si lo hizo una primera vez, lo tendrá que hacer hasta el final de su vida. Cambia de estado, cambia de situación en situación, cambia su modo de sentir, de pensar, de actuar, de compartir, etc. Nunca somos seres fijos, detenidos y sin movilidad.
Si en el camino encontramos algún ser humano en estas condiciones de fijeza, expresamos que “se quedó” detenido en el tiempo, decimos “es un quedado”. Generalmente los pacientes no son más que la presencia de un pasado que “ya fue”. No encontramos en ellos, habitualmente ningún proyecto de realización y trascendencia mancomunada con y para el otro. Casi sólo existe el movimiento de un Yo, un accionar del mismo que añora el pasado como paraíso perdido y situaciones emocionales sin la fuerza impresiva que corresponde a la intencionalidad de insertarse en el mundo, como emoción actuada. En otros términos lo que se diluye es la espontaneidad emocional.
Una relación afectiva de cualquier índole, que no es actualizada y actuada de acuerdo a las variables de las circunstancias de la mundanidad, está sentenciada a muerte. Todo lo que se inicia emocionalmente y es actuado en consecuencia y en correspondencia, es válido para esa situación que terminará inexorablemente. Pretender hacerla durar para siempre y sin modificaciones, es un error existencial.
La vida afectiva, por ser precisamente vida, es una permanente sístole-diástole alternante y armónica, pareciendo ser siempre la misma, cuando en realidad nunca lo es.
El cambiar es una necesariedad ineludible, por cuanto no podemos ser-en-el-mundo sin estar actualizado al tiempo de la mundanidad ajena y actuar en consecuencia.
A través de la actualización actuada, podremos saltar al mundo, salir fuera de nuestra intimidad y encontrar no sólo lo que pudimos creer que hallaríamos de acuerdo a una fantasía, o a una idealización, sino que tendremos las mayores posibilidades de ser para el otro, en el o los encuentros coexistenciales.
La necesariedad obligada de tener que cambiar o modificar la propia manera de ser, encierra todas las potencialidades del ser, que en realidad desconocemos, dado que se esconden en la sombra del mismo. Poner a la luz dichas posibilidades, es poder elegirse siendo diferente de lo que era. Es un atrevimiento elegirse en cambio, para devenir otro ser expresivo de lo que era, por más que en esencia seguiremos siendo ese mismo ser que vino alguna vez al mundo.
Ya que somos seres en permanente movimiento y en continuo cambio, no podremos dejar de serlo mientras vivamos, dado que responde a la esencia de la vida misma, de las existencias humanas y de las coexistencias, es la tarea a la que estamos comprometidos a tener que ser y ser capaces de ser.
El ser que existe en sí mismo y por sí mismo es aquel que posee y puede desplegar las potencialidades que le permiten ser lo que va siendo a través de la alteridad propia y ajena. Las potencialidades del ser humano, son las que permiten que pueda ser.
El poder ser, habla de la posibilidad de ser autoridad en el sentido de ser conocedor de los propios recursos emocionales afectivos para compartirlos con el otro.
Poder cambiar la modalidad de ser, es poner en el mundo la propia capacidad de amar y ser amado, de establecer vínculos emocionales significantes para la propia intimidad y para la alteridad ajena, con la finalidad de trascender como seres históricos.
El poder ser es un atreverse a saltar de lo conocido a lo desconocido; pasar de la intimidad, siempre oscura, a la luz de la ajenidad, la cual será la que devolverá la propia intimidad modificada de lo que era anteriormente vivenciaba en la personal intimidad.
Poder ser significa, saber aceptar que cada uno es lo que vivencia ser, pero también lo que los demás ven en esta personal intimidad, que habitualmente nunca es conciente. Jamás podemos saber cómo somos para los demás.
La posibilidad de poder ser está absolutamente relacionada a lo relativo del momento cualitativo de la sujetidad -a la manera de Heidegger-. Nada tiene que ver con la cantidad. Esta última desemboca en el tener, en el poder autoritario y en todas sus consecuencias.
Las potencialidades del poder ser están referidas a lo que cada ser humano puede hacer, pero también a lo que puede alcanzar a ser, que es desconocido y siempre para conocer, si son llevadas a la acción para demostrar dichas posibilidades de poder ser.
El hilo conductor de ese poder ser, se halla en el atrevimiento originario de hacer frente a lo desconocido. Una vez saltada la valla de lo desconocido, da lugar a un situarse y a un poder ser probable, a su vez este sortear las dificultades a través del actuar específico, da lugar a que lo actuado, que trasforma lo que pudo ser, en lo que actuó, pasa a ser pasado y constitutivo del propio ser.
Una vez que pudimos ser en el pasado, podremos seguir siendo en el presente lo que fuimos en el aquí y ahora y detenernos y no saltar más. Es así como viviremos de lo que fuimos.
En el presente, si ser, es sinónimo de movimiento continuo, lo real será que no podremos detenernos en el aquí-ahora de lo que fuimos, ni en el allí-entonces, ya que sigue perdurando la obligatoriedad de seguir siendo, de continuar con el movimiento existencial y el coexistencial. Este seguir siendo, sitúa al ser en el poder ser para el futuro, que continuará incluyendo lo que estará por-venir.
El poder ser nos muestra, por otro lado, el permiso para actuar que está albergado en nuestra intimidad y que debe ser correspondido por la permisibilidad ajena para poder ser. Después de todo siempre somos los que nos permiten ser los demás ajenos.
El accionar del propio poder ser se encuentra con la resistencia del mundo. Esta resistencia se torna el contrapoder que nos permite ser. La resistencia mundana es la que sitúa al propio ser en el hacer, en tanto y en cuanto libertad situada. La experiencia del accionar es lo que nos hace ser.
El poder ser es la pura libertad de ser en situación, actuando de acuerdo a lo elegido, y al sentido de ser auténticamente en el mundo.
Si ahora nos referimos a la terapia existencial, su objetivo primordial es rescatar al ser humano, sacarlo de la cotidianeidad del mundo del consumismo globalizado, liberarlo del mundo del dasman, del mundo del se. Es recuperar la libertad y la responsabilidad de su modo de ser afectivo para con el otro, cuidar y ser cuidado, este es el camino de la dignidad humana. Es intentar que tanto el paciente como el terapeuta sean emocionalmente y afectivamente espontáneos, para encontrarse a sí mismos y rescatarse de ese mar de falsedades, engaños globalizados, que permite que el único actuar y accionar sea el de esconderse y refugiarse en el mundo de la inautenticidad.
Sólo en una situación de autenticidad recíproca, se halla el sentido de poder ser sí mismo del existir y del coexistir juntos en el modo de ser para el otro afectivamente y no sólo racionalmente.
El propio poder ser en el vínculo con cada integrante de la relación interhumana, justificará el propio sentido del devenir, de su propio para qué existencial, para poder hacer su propia historia y la de la humanidad.
Todo terapeuta que se considere existencial tendrá la responsabilidad frente al ser que lo consulta de posibilitarle el camino para la recuperación del poder ser, que se sustentará en este ser-juntos-para de esta relación coexistencial que es la terapéutica.
“El poder del ser humano es hacer algo amorosamente por el otro”. Pablo Rispo.

postheadericon LOS OSCUROS Y LOS CLAROS DE LA ANGUSTIA por Alejandro Unikel

I. INTRODUCCIÓN


Por qué escribir sobre la angustia
Porque es el tema central de mi vida; porque me ha asustado, continúa haciéndolo, y me temo que así será hasta el fin.

Porque es un tema universal. La angustia, no es algo que tenemos, sino algo que somos .

Porque todos los dilemas existenciales convergen en la angustia.

Porque todos mis pacientes llegan con angustia; quiero ayudarlos más y mejor.

Y porque, aunque sea difícil de creer, la angustia no es mi enemiga; sino la promotora de los grandes aprendizajes de mi vida, aunque el costo haya sido (y continúe siendo) muy alto.


Por qué el tema se llama : “los oscuros y los claros de la angustia”
Porque la angustia es dolor, confusión, desesperación e impotencia.

Pero no sólo es eso.

También es oportunidad, posibilidad, creatividad, coraje, reto a lo inevitable.
Es oscura, pero también puede ser clara.

Quiero compartir mi visión de la angustia, tanto de lo difícil, como de lo que voy encontrando para vivirla con más sentido. Es decir, compartir “lo oscuro” pero también “lo claro” de ella.


II. EL ABANICO OSCURO DE LA ANGUSTIA

¿Qué es la angustia?
La angustia es una sensación de amenaza intensa,
que nace dentro de mí,
sin un tema específico.

Produce una gran inseguridad,
de que algo terrible va a suceder,
pero no sé que es.

El que está en peligro inminente soy yo
me voy a perder a mi mismo

La angustia es la sensación de amenaza de perderme a mi mismo

Tipos de angustia
Podemos ver la angustia desde dos perspectivas;
1ª. Según las situaciones que la generan
2ª. Según la forma de vivirla

Situaciones que disparan frecuentemente la angustia
¿Cuáles son las situaciones de la vida en las que toco el perderme a mí mismo?. Frecuentemente son las siguientes amenazas:

Muerte. La amenaza de muerte,
como cuando me declaran una enfermedad grave y temo morir, desaparecer, dejar de ser.
Identidad. La amenaza al mundo que conozco como mío, al centro que me da identidad,
como cuando tengo que emigrar forzosamente de mi país, a otro que me es extraño, y me trasplanto, con todo y raíces, a un terreno desconocido.
Sentido de vida. La amenaza de que mi vida pierda sentido,
como cuando mis hijos, que le han dado significado a mi existencia, se van, y me quedo desempleado.
Seguridad. La amenaza de sucumbir a la inseguridad, en donde mi integridad física y emocional está en grave peligro,
como con el riesgo constante del secuestro, del asalto.
Capacidad para la vida. La amenaza de no poder resolver y acomodar los asuntos – problemas y oportunidades – que la vida me da,
como cuando vivo cada problema como un castigo; o cuando me ofrecen un trabajo que, a pesar de que va a mejorar mi situación, me rebasa en responsabilidad.

En cada uno de esas situaciones, toco eso que racionalmente acepto, pero no me percato que me puede pasar (porque “le pasa a los otros no a mi”), hasta que algo me hace dramáticamente darme cuenta, ¡que también me puede pasar a mi!: perderme a mí mismo.

La angustia cósmica
Hay otro tipo de angustia, derivado en buena parte de las anteriores situaciones.
Perderme a mí mismo, es inexplicable, es inaceptable, es demasiado doloroso, es injusto….pero sucede; y este hecho incontrovertible me arroja al vacío y me hace tocar el limite. Aparecen las preguntas sin respuestas:
¿por qué a mi?
¿qué es todo esto de la vida?
¿por qué nadie me preguntó si quería venir a este mundo, y nadie me preguntará cuándo me quiero ir?
¿si me he portado bien, por qué me castiga Dios?
¿por qué a los ladrones las va bien?
¿… y la otra vida?
Etc, etc.

Formas de vivir la angustia
Angustia existencial
Toda persona sufre alguna vez la angustia; si somos capaces de no huir de ella, la incorporamos a nuestro ser como una fortaleza más; de otra manera nos detiene. Cuando Nietzsche dice: “todo lo que no me destruye, me hace más fuerte”, siento que está en esa dirección. Porque sucede que la angustia no me deja más que dos salidas: vivir la experiencia con todo el sufrimiento que implica, o la desesperación (el suicidio real o ficticio); los que no la toleran, huyen, generalmente con resultados endebles, pero otros que son sobrepasados llegan al depresión fuerte o a la autodestrucción.

Angustia neurótica
Existe también la angustia debida a conflictos no resueltos, que producen experiencias similares de dejar de ser, de tocar la nada. Por ejemplo, una persona que se sintió en la infancia – y ahora - no vista y aceptada por los demás, es susceptible de sufrir intensamente por la falta de un saludo, o por que percibe un comportamiento frio. En un grupo que desconoce se aislará, se dirá más de una vez “trágame tierra”, y maldecirá su timidez. Permanecerá en ese comportamiento neurótico, repitiendo lo único que sabe hacer, aislarse, mientras no se de cuenta del disparador oculto de su angustia. Las evitaciones, las represiones, las desviaciones para evitar la amenaza del dejar de ser, son lo que llamamos angustia neurótica.

Miedo y angustia
Distinción e interacción entre angustia y miedo
La angustia y el miedo son opuestos, pero están vinculados.

Como dijimos, la angustia es una sensación interna de amenaza sin contenido, sin tema, que produce gran inseguridad por la inminencia de algo terrible. Los seres humanos no estamos hechos para vivir esa amenaza terrible, sin contenido, porque no podemos luchar contra nada; tenemos la urgencia de encontrarle una explicación, un tema disparador; debido a esto, convertimos la angustia, en miedo. ¿Por qué en miedo?

Porque el miedo – a diferencia de la angustia - es externo a la persona, ocurre en el ambiente, y tiene un contenido concreto, y por lo tanto puede ser identificado, analizado, atacado, soportado, etc., y se puede actuar contra él con valor (coraje), porque es un objeto concreto contra el cual se puede luchar. .

Mi experiencia
Me es muy claro, cuando me aborda la angustia, como al instante mi mente empieza a funcionar como radar, buscando, buscando los puntos flacos, aquellos en los que puedo depositar esa amenaza: el problema con mi esposa, las declaraciones de Hacienda, la pérdida posible de dinero, las amenazas veladas de la vecina, etc, y cómo se va transformando en esos miedos; se detiene en alguno – o en todos - y la fuerte energía original de la angustia se deposita ahí. Cualquier contratiempo, que en otras condiciones sería tomado por mí como eso, un simple contratiempo, se convierte en un problema importante. Por ejemplo:
la rotura accidental de un vidrio de mi sala, me hará sentir desproporcionadamente expuesto, y correré a sustituirlo
un malestar físico que me haría esperar un tiempo antes de ir al doctor, tal vez me haga pedir una cita de inmediato.

Compro el vidrio, voy al médico, etc. es decir, trato de resolver, pero como estos miedos no son la fuente real de la amenaza, tan luego los solucionamos, aparece otra situación igualmente amenazante, porque la fuente de la angustia es la amenaza misma a perderme, a la nada. Hay por debajo una sensación particular que genera esa inseguridad generalizada que permanece, hagamos lo que hagamos.

III. CÓMO OPERAN LAS SITUACIONES DESENCADENANTES DE LA ANGUSTIA.

Perderme a mí mismo, es perder mi mundo
Vengo de una infinita oscuridad, y camino hacia otra igual. El espacio entre estas dos oscuridades, es el brevísimo espacio-tiempo de mi vida. (Pascal)

Mientras vivo, construyo mi mundo. Esta obra terminará con mi muerte.

¿Qué es eso que llamo mi mundo?. Como decía Ortega y Gaset: yo soy yo y mi circunstancia; si pierdo ésta, me pierdo a mí mismo. Mi mundo soy yo en mi medio ambiente.

Yo tengo características: creencias, habilidades, valores, aprendizajes… todo aquello de mi mismo que me hace reconocerme a mí mismo, como esta persona que está aquí, como este da-sein. De otra parte esta todo aquello del ambiente que me es familiar: las personas con las que me relaciono, los lugares a donde estoy y voy, lo que me rodea que reconozco como mío… todo aquello de mi ambiente que me hace reconocerlo como ¡mi ambiente!.

En conjunto, lo que reconozco como mío, en mi persona y en mi ambiente, es mi mundo.

La angustia me hace sentir la amenaza de la pérdida de mi mundo, es decir, de mí persona y mi ambiente.

La amenaza de muerte
La muerte implica el final de las posibilidades, ese minúsculo espacio ente la nada antes de nacer y la nada después de morir.

Irvin Yalom les pregunta a sus alumnos: ¿no tienen ya suficiente terror a la muerte los pacientes, para además hurgar en ella?¿por qué no dejar la muerte para los moribundos?. Porque ”la vida y la muerte son interdependientes, existen en forma simultánea, no consecutiva; la muerte late continuamente bajo la membrana de la vida, y ejerce una enorme influencia sobre la experiencia y la conducta…la muerte es una fuente primordial de angustia, y como tal es manantial primario para el trabajo terapéutico”.

Ejemplo:
Yo sé que voy a morir, a dejar de ser, pero no pienso en ello ni me perturba… hasta que algo ocurre que me lo recuerda. Hace un año me operaron del colon y había posibilidad de cáncer (que no fue). El otro día fui al sepelio de un pariente, no mucho mayor que yo; y mientras deambulaba y leía las lápidas, reconocía varias de conocidos. Y me dije: ¡Es cierto, puedo morirme, puedo dejar de existir!, y ser consciente en ese momento de esa amenaza, me produjo una fuerte angustia.

Estas experiencias me hacen ser consciente de la seguridad de mi muerte biológica, que es, la incuestionable pérdida de mi mismo.

La amenaza a mi identidad
Rollo May dice que yo – como cada uno de nosotros- tengo mi centro, y éste me da la identidad y la estabilidad que necesito para actuar, vivir y modificarme.

Ese centro es equivalente a lo que hace un momento llamé mi mundo. Desde este centro reconozco lo que soy; mi identidad. Cuando siento que pierdo mi centro, siento que me pierdo a mí mismo, lo que genera angustia.

Ejemplo:
Una persona tiene su vida razonablemente acomodada. Es esposo, padre, hijo, de acuerdo a sus creencias, y sus problemas son los de cualquier existencia en este mundo turbulento, de días y momentos difíciles, menos difíciles, y gratos. No es rico, vive de su sueldo y tiene un puesto que lo hace sentir respetable frente a su familia y a la comunidad. De repente, la empresa donde trabaja es comprada por una transnacional que quiere optimizar gastos, y le comunican que lo van a liquidar en quince días.

Dentro de dos semanas el mundo de esta persona cambiará completamente. Su centro está amenazado.

Ejemplo:
Recuerdo la experiencia de un amigo argentino, psicoanalista, que en la época de la guerra sucia tuvo que salir apresuradamente, de un día para el otro, porque podía ser detenido. En 24 horas salió de su país, dejando familia, casa, amigos, trabajo, etc y arribó a México. Perdió en un instante su centro, su mundo, y todo lo que lo hacía identificarse a sí mismo, se volvió confuso. Durante varios meses estuvo solo buscando trabajo y medios para traer a su familia. Lo logró y ahora es una persona re-construida, re- encontrada. La vida le dio la posibilidad de de re-crear su centro y su mundo.

La amenaza a perder el sentido; el vacío existencial.
Estamos de frente a la vida y de espalda a la muerte, en un mundo que ya estaba cuando yo llegué, que no se preocupa por mí, y tiene sus propias leyes. Cada momento que pasa es descubrir y construir el para qué de ese momento. Aunque muchas de esas decisiones sean automáticas y hasta rutinarias, obedecen a un para qué. Despierto, me levanto, baño, arreglo, desayuno… estoy preparándome para dar mi clase, para hacer algo que tiene un propósito – grato o ingrato – pero me hace sentido, estoy en lo que tengo que estar. La palabra clave es estoy, estoy, soy alguien aquí.

Nos han enseñado a buscar una vida controlada, donde todo tiene que tener una explicación, una respuesta; y de repente sucede que las cosas que han estado más sólidas e incuestionables se tambalean. Mis para qué’s se empiezan a desdibujar. Me empiezo a hacer entonces las preguntas que no tienen respuesta, como:
¿para qué vivo…?
¿qué significa vivir, estar aquí…?
si de todas maneras me voy a morir ¿para qué vivir..?
¿cuándo yo me muera, volverá a salir el sol…?

Ejemplo:
Un hombre trabaja arduamente para hacerse rico, y lo logra. En su tercera edad deja de trabajar e intenta compartir su tiempo con su esposa e hijos. Pero cada quien tiene su vida hecha y lejana a lo que él espera. Está sólo, poco reconocido, sin retos y aburrido. Siempre buscó el cariño de su padre, ahora anciano y enfermo, y el evento más importante de cada día era visitarlo; cuando éste muere, la soledad se hace más profunda, y la existencia carece de valor; no hay ya ningún para qué. En la terapia queda en evidencia que la soledad más dolorosa no es respecto a los demás, sino a sí mismo: él no cuenta consigo mismo, no se respeta a sí mismo, está lejos de sí mismo.

Este hombre se ha perdido a sí mismo, y no sabe dónde buscarse. Su vida sabe a nada.

La amenaza a mi seguridad.
La angustia está detrás de todo afán de tener seguridad y certeza en los aspectos básicos de la vida: nuestra salud, nuestra integridad física, nuestro patrimonio, etc. Pero la seguridad no existe. Watts expresa que:

… el deseo de seguridad y la sensación de inseguridad son una y la misma cosa. ... el ansia de seguridad es en sí misma dolorosa y contradictoria, y que cuanto más la buscamos, más dolorosa resulta… [queremos] la paz del espíritu, pero el intento de apaciguarlo es como tratar de sosegar las olas con una plancha para ropa.

Ejemplo:
Una persona había puesto una sofisticada alarma en su casa, que suena cuando alguien extraño quiere entrar; todos los accesos posibles están protegidos, y una vez accionada, la alarma se dispararía con cualquier intento mínimo de violar la seguridad. Durante unas semanas la familia estuvo tranquila, hasta que a alguien se preguntó qué pasaría si sonara la alarma estando ellos dentro de la casa, qué harían, donde buscarían, o se esconderían, en cuanto tiempo vendría el personal de la seguridad, o la policía, etc.

Cuanta más seguridad tengo, más quiero obtener, porque la seguridad, con mayúscula no existe. La inseguridad genera angustia porque me conecta con la amenaza de mi integridad física y emocional.

La amenaza de no poder vivir lo que la vida me plantea
Yo creo que muchas veces es más difícil vivir que morir.

Uno de los elementos indispensables de la autoestima es la creencia de que somos capaces de manejar, de una u otra forma, los problemas que la vida me pone. Muchas gentes no tienen ese sentimiento, y con frecuencia la vida es una constante confrontación frente a la que se sienten endebles.

Ejemplo:
Recuerdo un paciente que ingreso a su madre anciana en una casa de reposo en Cuernavaca, y se había propuesto visitarla cada semana, pero le perturbaba mucho manejar él solo su automóvil, porque tenía la fantasía de que una llanta se reventaba, no se sentía hábil para reponerla, y entonces se quedaba a la mitad de la carretera – en medio de la nada - sin ayuda. Como consecuencia de ello, visitaba a su madre cuando contaba con un chofer que lo llevaba y traía de regreso.

Pero hay situaciones que tienen que ver más con la posibilidad de crecer, de ejercer más libertad y responsabilidad, y que sin embargo, también nos sobrepasan.

Ejemplo:
Recuerdo mi trabajo en una institución internacional de planeación escolar donde tenía el puesto de subdirector. Por razones diversas el director renunció y las autoridades tenían que elegir otro, probablemente a mí. De una parte, la fantasía de hacerle frente a las grandes responsabilidades del director, tan ajenas y lejanas a mi cómodo segundo a bordo, me produjo terror; de otra, en el extremo opuesto, ante mi esposa, hijos, resto de la familia y amigos surgía la imagen muy atractiva del triunfador. Por supuesto que una parte de mi quería ser director y otra estaba aterrado de ello. La confrontación era muy difícil y potenciaba, a un lado la angustia, y al otro, la frustración y la culpa de negarme la oportunidad. Cuando llegó el temido momento de la propuesta, no la acepté y renuncié a la institución. En las semanas previas a la invitación viví momentos escalofriantes de angustia, en los que me veía, por un lado, teniendo que cumplir con lo que me sobrepasaba: discursos, decisiones, trabajo con dignatarios de los gobiernos, manejo de dineros, etc.; me sentía un niño frente a una ola gigantesca; y a la par, el otro lado, el sabor de la impotencia, el fracaso, y la culpa. Ahora me doy cuenta que en ese momento no estaba preparado para ser libre a ese nivel.

Pasar de una situación que conozco a otra de riesgo también es muy amenazante, y genera angustia, porque en lo desconocido, no me reconozco a mí mismo.

La angustia cósmica
Los dilemas existenciales son, creo, la columna vertebral para entender el drama de la vida. La muerte, el dolor, la soledad, la búsqueda de sentido, la angustia, la culpa son inherentes a la vida humana; y todos generan angustia. Todo ello es sobrecogedor, incomprensible, a veces terrible, y con un sabor a injusto, a castigo divino.

Kierkegaard lo toca diciendo:
Clavo mi dedo en la existencia – huele a nada
¿Dónde me encuentro? ¿Qué es esta cosa llamada mundo?
¿Quién me ha traído aquí y ahora me abandona?
¿Quién soy yo? ¿Cómo llegué al mundo?
¿Por qué nadie me pregunto?

Todas preguntas sin respuesta. O la siguiente reflexión también de Kierkegaard:

Todo el orden de las cosas me llena de un sentimiento de angustia, desde el mosquito hasta el misterio de la encarnación; todo es enteramente ininteligible para mí, y en especial mi persona. Muy grande es mi tristeza, y no tiene límites. Nadie la conoce, ex¬cepto Dios que está en los cielos, y él no puede apiadarse.

La angustia recoge todos los dilemas en uno: es inevitable toparse con el límite, con la nada, porque nunca podremos ir más allá.


IV. LOS APOYOS PARA VIVIR LA ANGUSTIA COMO AUTOAFIRMACIÓN

Me pregunto qué necesito para vivir la angustia como una afirmación de mí mismo; para ver no sólo el abanico oscuro, sino también los claros de la angustia. Y me respondo con las siguientes afirmaciones.

Valor (courage) para vivir la angustia
Hay que aprender a vivir la angustia; a tener el coraje (el valor) para ello. Este es, para Tillich, uno de los aprendizajes fundamentales, pues si no lo logramos, nos perdemos a nosotros mismos.

Tillich dice que el valor, el coraje de existir, es la auto-afirmación de la persona, a pesar de todo lo que trata de impedir que ello ocurra.

Así como el valor (el coraje) afirma al ser, la falta de él lo puede convertirlo en no-ser (en nada).

Esta lucha es, a mi juicio, la más conmovedora de las que tenemos que emprender en nuestra vida.

La autoafirmación a pesar de la nada, de la que habla Tillich, requiere que nos aceptemos, con buen ánimo, tal cual somos, como seres que tocamos los extremos de lo maravilloso y lo deleznable. Este ser humano de los extremos, es el verdadero ser humano. Es autoafirmarme a pesar de mi mismo, y de la descalificación que frecuentemente me hago.

Qué quiere la angustia de mí.
Creo que la angustia está para auto-afirmarme como persona frente a las amenazas de mis propias debilidades, y de las circunstancias externas que no dependen de mí. Cuando la angustia surge parece decirme: “a ver qué haces con esto…”. La angustia me pone a prueba, y trato de hacer todo lo que pueda, todo lo que esté a mi alcance, no me voy, no huyo, aquí me quedo…”.

Lo que es muy reconfortante, es que la angustia responde, se transforma cuando dejo de retarla, de pelearme con ella, cuando reconozco y respeto su presencia, entonces pasan cosas que me permiten vivir la situación con más entereza.

La dignidad
¡Yo valgo, y por ello merezco vivir la angustia con dignidad!.

Esta exclamación no es un reclamo a mis padres, a Dios, al mundo… es a mí a quien me dirijo, para ver si, ¡al fin! me lo creo.
Cuando veo la angustia con dignidad creo que su misión es enseñarme a vivir: maestra del bien vivir y del bien morir… vivir y morir con dignidad.

Todo lo que se hace con dignidad tiene sentido. La angustia entendida de esa manera permite mi entrada a la dignidad y al sentido.

La compasión
La precondición de la dignidad es la compasión por mí mismo. Para vivir dignamente la angustia necesitamos amarnos, y, en un círculo virtuoso, vivir la angustia para aprender a amarnos.

La angustia es un reto demasiado grande para quien no se ama a sí mismo, pues tiene que llenar su nada con otros, y nadie puede llenar mi nada más que yo mismo.

Para vivir la angustia necesitamos respetarnos, darnos cuenta, aceptarnos como endebles, finitos, maravillosos, nauseabundos, egoístas, generosos, ciegos, visionarios, profetas, fariseos… etc. Pero cada uno de nosotros es único y valioso en la creación (y Dios lo sabe).

¿Qué harás tú, Dios, si yo muero?
Yo soy tu cántaro. ¿y si me rompo?
Yo soy tu alimento. ¿Y si me descompongo?
Yo soy tu túnica y tu profesión.
Perdiéndome a mí, pierdes tu significado

La renuncia a encontrar explicaciones.
La aventura inevitable del ser humano es quedar atrapado en toda clase de situaciones complejas, paradojas, dilemas y crisis. Pero buscar explicaciones solo nos aleja más de las experiencias que nos tocan vivir.

Necesitamos dejarnos sorprender por el descubrimiento de nuestras limitaciones y debilidades, incertidumbres y dudas. Solamente con una actitud de apertura y transparencia es que encontramos los misterios que encierra cada situación de cada momento, y desde ahí, darnos cuenta que mis carencias son la fuente misma de mis riquezas, para nuevas y vitales formas de existir.

Huir de la victimez.
Es muy fácil sentirme víctima cuando la angustia me revuelca: ¿por qué esto, por qué a mí, qué hice para merecer esto…? Todas preguntas sin respuesta, e improcedentes.

Nadie ni nada me está castigando, no he hecho nada para merecer esto. La angustia no es un castigo, sino una condición de la vida.

Lo que está pasando… ¡está pasando!, y estoy solo en esto
Frecuentemente, cuando aparece la angustia, es humano negarla, tratar de huir, decirme que no es para tanto, que no pasa nada…. Pero no es cierto: lo que está pasando, en efecto, está pasando, y lo tengo que ver y aceptar.

La otra verdad innegable, es que tengo que vivir esta experiencia solo, pues nadie puede vivirla por mí.

Mantenerme conectado con la vida.
La angustia me conecta con la muerte, con la nada, con la pérdida de mí y mi mundo, y la tendencia más fácil es entrar ahí, y aislarme de todo: de mi, de los demás y del ambiente. Creo que al hacer esto es cuando la sensación de muerte, de nada, se hace más intensa, y me envuelvo de la lógica de ese submundo.

Ha ha sido muy importante seguir con la vida, con mis actividades, hablando con las gentes, comiendo, yendo al cine, haciéndolo lo mejor que puedo, y dándome el chance de no hacerlo si me sobrepasa. Cuando estoy en esto, la vida me manda flashazos de realidad, que recibo como cuerdas a un naufrago, difíciles de tomar al principio, pero factibles de ayudarme en el rescate, poco a poco.

Estar orgulloso de mi.
Cuando estoy angustiado lo más fácil es dejarme llevar por la frustración, el enojo, la tristeza. Pero puedo intentar salirme de ahí.

Me sucede que después de una jornada difícil, le hice honor a la vida, a pesar de todo, me digo algo así como “caray, eso estuvo bien de mi… me gustó, me gusto, me quiero un poquito más…”

No es fácil, y muchas veces no se puede, pero el solo intento puede hacerme sentir diferente.

Estar en contacto con mi cuerpo
Me muevo, camino, si puedo hago ejercicio ligero. Algo importante sucede cuando la sangre circula fluidamente. Vale la pena intentarlo.

Finalmente:
¡todo se acaba solo si yo no me levanto!
Caerse es lo común. Quien les diga que no se cae, es un mentiroso. Aceptar mis debilidades es ser fuerte, y se necesita mucho más valor para reconocer que “no puedo” y seguir luchando, que echarle la culpa a otro u otras cosas, o relinchar que “a mi no me pasan esas cosas, y…. cuando me pasan, nunca me vencen”, ese sí es cobarde, porque no se puede ver débil; y la debilidad no es un defecto, sino una condición humana, como muchas.

A todos nos vence la vida a cada rato – en detalles y asuntos importantes. Lo importante no es no caerse, sino volverse a levantar.

Las cosas de mi vida (mis clases, mi esposa, mis hijos, etc) sólo si no me levanto: aun en los momentos más difíciles, después de tomar aire, descansar, rezar, etc. me tengo que levantar.

Psicoterapia Existencial

Es un enfoque psicoterapéutico que fundamenta su aproximación al ser humano en las propuestas de los filósofos existenciales. Hermana de los enfoques Existencial-Humanistas (como en Enfoque Centrado en la Persona, Logoterapia y Terapia Gestalt), la Psicoterapia Existencial consiste en una profundización en la visión del terapeuta y en una sensibilización hacia los temas existenciales; así como en el desarrollo de una práctica terapéutica especialmente relacional.
Es esencialmente un enfoque filosófico que al abordar los problemas y asuntos que emergen y provocan estrés, los considera consecuencia de las dificultades encontradas por el hecho de vivir, en vez de indicadores de una enfermedad o de salud mental.
La meta de la Psicoterapia Existencial es clarificar y promover la comprensión de la vida tal como cada persona experimenta.
La Psicoterapia Existencial ve a la persona fundamentalmente en relación con los diferentes factores y las dificultades de la existencia. Se considera que el poder sanador de la relación terapéutica es extremadamente importante.
La Visión Existencial describe a la persona viviendo entre las circunstancias que le ofrece y sus propias decisiones en respuesta a él.
Desde esta perspectiva, resulta útil entender las diferentes crisis y dilemas cotidianos a partir de las distintas dimensiones en que experimentamos la existencia: Corporal/Física, Social/Emocional, Personal/Intima y Espiritual/Sentido.

Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial


Somos un grupo de personas dedicadas a la investigación, estudio, profundización, exploración y difusión de la Visión Existencial en Psicoterapia.
Desde su formación en noviembre del 2002, el Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial tiene como principal actividad el Programa de Formación en Psicoterapia Existencial; así como el Diplomado en Visión Existencial Aplicada al Desarrollo Humano y talleres con especialistas internacionales de renombre en el campo de la psicoterapia de orientación existencial.
Fundador y Coordinador General:
Yaqui Andrés Martínez Robles
• Lic. en Psicología. Maestría en Psicoterapia Humanista.
• c.a. Doctorado en Psicoterapia
• c.a. Certificación Internacional en Psicología Transpersonal y Respiración Holotrópica por el Dr. Stanislav Grof
• Miembro de The Society for Existential Analysis con sede en Londres.
• Representante para México y América Latina de The International Collaboration of Existential Counsellors and Psychotherapists.

Programas de Formación

Diplomado en Visión Existencial Aplicada al Desarrollo Humano
Programa de Formación en Psicoterapia Existencial
Psicoterapia de Grupos con Orientación Existencial
Supervisión Existencial
Sexualidad para Psicoterapeutas Existenciales
Talleres Internacionales

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