Terapia a puertas abiertas por la Lic. Susana C. Signorelli
16:26 | Publicado por
Gaby |
Editar entrada
Terapia a “puertas abiertas”
Hace ya muchos años, cuando era estudiante en la escuela secundaria, mi proyecto estaba orientado a ayudar a los demás, pero me preguntaba cómo hacerlo, desde mis lecturas, me orienté hacia la Psicología y allá fui, a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bs. As., donde en aquel tiempo se estudiaba la carrera de Psicología. En ese entonces me apasionaba la clínica. Siendo estudiante comencé a concurrir al Hospital “Prof. Dr. Luis Güemes”, invitada por el Prof. Dr. Pablo Rispo y empecé a percibir que con mi accionar era poco lo que podría hacer, para mis fantasías juveniles de “salvar a la humanidad”. (1)
Ya desde aquel momento sospechaba que el compromiso del terapeuta abarcaba algo más que estudiar para luego esperar a que alguien concurriera a la consulta. Lo vislumbraba como un largo camino que debía recorrer el paciente en busca de ayuda hasta llegar a un terapeuta, un largo camino de sufrimiento. Y por el lado del terapeuta, también debía esperar, en primer término, a que una persona entrara en crisis o enfermara y segundo, que decidiera solicitar una entrevista, recién ahí podría hacer algo, ya sea en forma individual o grupal, y esto último ya era abarcar más posibilidades.
Siendo aún estudiante, creía que la posición que más me representaba era aquella que respondía a mi propio sentir, la posición existencial y digo expresamente posición porque es una postura frente a la vida, es una visión de mundo que implica el compromiso pleno con el otro, en este caso, con el sufriente, no ya de una patología particular, sino sufriente porque sufrir le atañe a todos los seres humanos, como también la cuestión de preguntarse por su ser y por el sentido de la propia existencia. Este tener que ser al que obliga el hecho de ser arrojados al mundo implica un compromiso consigo mismo y con los demás.
Si como existente soy un ser-en-el-mundo, que trasciende su propio ser y su propio mundo en una misma acción, ya que ser y mundo son inseparables, si para realizarme como tal, en mi accionar, entrelazo mi existencia con otra existencia, para ser y hacer juntos en el amor, como terapeuta debía encontrar la forma de llevar a la práctica tal manera de concebir el mundo. Esto se transformó en una búsqueda incesante, hasta hoy día, pienso que los caminos para llegar al otro y cuidar de él, pueden ser múltiples, incluso ir creándolos en el propio transcurrir de la terapia, para así, juntos, ir abriendo nuevos rumbos al coexistir, facilitando de este modo, el despliegue de las potencialidades que permanecían en las penumbras.
Comencé a cuestionarme desde lo más básico: la relación terapéutica misma, punto de partida de todo lo que luego vendrá, cómo es esta relación tan particular, qué alcances tiene, cómo llegar a la intimidad del otro, etc. Emilio Romero considera “la psicoterapia como una forma privilegiada de encuentro interpersonal y como una forma de ayuda”. La considera privilegiada porque “el espacio psicoterapéutico es el único lugar donde la persona, necesitada de ayuda, puede ser verdadera, sin necesidad de cubrimientos falsos, como habitualmente se presenta en sociedad”. Y esta invitación a la desnudez de su intimidad se la formula el terapeuta con su actitud, dándole el tiempo necesario para confiar en esa nueva relación, ya que “viene acostumbrado a cubrirse y a no confiar sus “debilidades” más profundas” a los demás.
El término psicoterapia al que estamos acostumbrados a designar a este quehacer para alcanzar la “salud mental”, nos muestra, incluso este último término (salud mental), que son dicotómicos. Psicoterapia es terapia de la psique, con lo cual omitimos el cuerpo, aparentemente de forma deliberada y por salud mental hacemos referencia a un tipo particular de salud, diferente a la del cuerpo, escindida de él. Nuevamente tenemos dividido al ser en mente – cuerpo. Sin embargo, cuando un paciente, viene a consulta, viene con todo su ser, con toda su salud y enfermedad, y como tal tendremos que acercarnos a él, a la intimidad de su ser que se manifiesta en una presencia corpórea y donde se va gestando un vínculo afectivo en el transcurrir temporal de esos encuentros. Por lo dicho, prefiero utilizar el término terapia para designar este camino en procura de la cura y aquí cura no está tomado como el logro de alcanzar la salud a partir de la enfermedad, o dicho de otra manera quien logra la cura logra la salud y se aleja de la enfermedad, sino cura como cuidado del ser.
Toda persona que se acerca y busca un vínculo terapéutico no siempre está enferma, puede atravesar una crisis existencial y entonces no hallará la salud como paradigma de esa búsqueda sino un encuentro humano facilitador del despliegue y descubrimiento de su ser, y para quien la terapia como instrumento para alcanzar la salud mental, no tendría sentido.
La vía regia de acceso al ser del otro es la afectividad que se hace cuerpo presente en el encuentro con el otro. El eros terapéutico, es un eros a mitad de camino entre el amor incondicional, expresado por C. A. Seguín como el materno y el condicional que según el mismo autor es el paterno. Es incondicional por cuanto te acepto y te quiero por ser quien eres pero también es condicional porque espero de vos que cumplas con tu propio ser ya que ese es mi propio llamado a ser. El terapeuta tiene que tener en cuenta que en este camino vamos juntos porque la terapia está dirigida a ser con el otro, hacia el otro y para el otro.
Veíamos recién que entre estos seres se establece una relación a la cual llamamos relación terapéutica y si hablamos de relación por lo menos tiene que haber dos personas, una a la que llamamos terapeuta, y no ya psicoterapeuta y otra a la cual llamamos paciente, aunque también aquí debemos cuestionarnos si siempre lo es y con qué sentido lo designamos así. También aquí podemos advertir que si hay por lo menos dos personas, la terapia no puede ser nunca individual, a lo sumo será personal o bipersonal, veremos esto más adelante. Tratando de esclarecer este vínculo tan particular decíamos que estaba a mitad de camino entre el eros materno y el eros paterno, tampoco sería el modo dual en su faz de amistad o de relación amorosa al estilo de Binswanger, tampoco es una relación médico-paciente típica, como bien lo señala Romero, ya que el médico tiene como objetivo curar un cuerpo enfermo y no muchas veces necesita conocer a la persona enferma y así la dicotomiza y la objetiva, se dedica al dolor, no al sufrimiento, como si pudieran ir separados, el médico se permite una “acción objetiva y técnica”, pero el terapeuta se dirige especialmente a la intimidad, entonces ¿de qué objetividad y técnica podemos estar hablando? El médico puede no sentir afecto por este paciente determinado y hasta ni conocer su nombre, especialmente el cirujano o el médico de terapia intensiva, sólo siente un afecto genérico por la humanidad misma pero no está involucrado con el ser de la persona, el terapeuta necesariamente debe involucrarse en los insoldables vericuetos de la profundidad del ser.
Algunas corrientes terapéuticas, al paciente lo llaman cliente, expresión que no comparto ya que se asemeja a una situación mercantilista, que tomamos del mundo de la economía. Para el clientelismo, hay oferta y demanda, pero si el paciente fuera un cliente querría decir que el terapeuta es un vendedor y vendedor de qué, ¿acaso de salud mental? ¿Puede un terapeuta decir que vende salud mental? ¿Oferta salud mental ante la demanda de un paciente? Me complace más el término que usa Romero, para quien el paciente es un “coagente”, porque es agente activo de su cura, de su cuidado, resaltando así el carácter de no pasivo que pudiera caberle a la palabra paciente. Sin embargo, prefiero el término paciente y no por el aspecto de pasivo sino de padeciente, de ser un ser que sufre y no paciente como enfermo, ya que como dijimos antes, quien consulta no siempre está enfermo ni responde a lo que designan los números y letras del DSM IV.
¿Pero cómo encuadramos la relación terapéutica en una relación de afecto si esta relación parte de una especie de “contrato” ya que el paciente o padeciente o coagente o sufriente o persona, paga por la consulta o sesión de terapia con el terapeuta, con roles y jerarquías establecidas de antemano? De ahí que, como el paciente paga por un “servicio” se lo podría llamar cliente.
También se lo podría llamar consultante, porque puede concurrir a una consulta psicológica. Se lo podría llamar enfermo porque puede padecer una patología psicológica, pero parece ser que este término “relación psicoterapeuta-enfermo” mucho no gusta a los profesionales del mundo “psi”. Hasta ahora parece que la tradición heredada del quehacer médico consensuó en llamar a este vínculo, relación médico-paciente y nosotros, los trabajadores del mundo “psi”, la llamamos “relación psicoterapeuta-paciente” o “terapeuta-paciente” para abreviar y no por el sentido de no dicotomizar al ser. Acá también deberíamos preguntarnos si somos trabajadores o estamos más cerca de los chamanes, dada nuestra cercanía con el mundo mágico afectivo y por el aspecto de arte que tiene la terapia.
Cabe también cuestionarnos cómo llamar a este encuentro donde discurre la relación, tradicionalmente la designamos como “sesión” pero bien podríamos aceptar el término de reunión terapéutica, acuñado por Pablo Rispo.
Evidentemente esta relación necesita de una formalidad, honorarios, lugar, días y horas para el encuentro, pero todo esto es secundario, al igual que las jerarquías y roles preestablecidos, se trata de un encuentro humano donde no hay jerarquías, se igualan como posibilidades de ser y lo que lo llevará hacia la cura será la relación terapéutica misma cuando ésta está basada en la autenticidad de ambos. Es un ser humano que se encuentra con otro ser humano.
El terapeuta es un experto en salud mental y en enfermedad mental y al mismo tiempo no lo es aunque tenga esos conocimientos, es un experto en técnicas y diagnósticos, y al mismo tiempo no lo es, aunque conozca sobre el tema y las utilice, además para qué un terapeuta querría conocer todo esto y para qué le serviría frente a alguien que consulta por una crisis de identidad, por una crisis de valores, por una crisis a la que fue llevado por el desempleo, etc. El terapeuta es una persona que tendrá que recurrir a la propia creatividad y no a modelos establecidos de cómo hacer terapia, ya que ningún manual le enseñará a ser un coexistente, el terapeuta es alguien que se ofrece como posibilitador de lo que el consultante desea encontrar y que ya está en él, pero tal vez de forma inadvertida, necesita un ser que lo comprenda y lo quiera, y ese es el terreno nuevo por el que se animará a transitar, el de la afectividad, que después de todo es por lo cual padece y consulta.
Cada encuentro es único y particular, por eso no hay recetas a aplicar, es como un artista frente a su obra, saber mucho de gramática no hace a nadie escritor, saber mucho de teorías de las formas y el color no hace a nadie pintor, saber mucho de teorías psicológicas no hace a nadie terapeuta. Saber es necesario pero no suficiente, los terapeutas cabalgamos entre la ciencia y el arte, nada más preciso que aquí para referirnos a la tan famosa frase del “arte de curar”. Muchos noveles terapeutas se sentirán decepcionados ante esta aseveración, se sentirán perdidos al no saber de antemano qué camino tomar, simplemente los invito a que sean ustedes mismos.
En la relación terapéutica de encuentro, ambos tienen la necesidad de que el otro sea, pero también ambos saben que algún día, sus existencias correrán por caminos diferentes pero sabiendo que cumplieron auténticamente con su proyecto. Esta no es sólo la labor del terapeuta hacia el paciente, iluminarlo en su camino de libertad, sino que el terapeuta mismo ve cumplir su proyecto y su sentido en la realización plena de las posibilidades reales de quien un día se acercó a él para que lo ayude. Ambos son seres que se transforman en el transcurrir de cada encuentro, van moldeando sus existencias, tal vez, uno con mayor conocimiento de sí mismo y de sus vínculos, que aporta al otro su presencia para permitir con el diálogo creativo, el surgimiento de nuevas perspectivas, en un verdadero proceso revolucionario.
Cuando un paciente concurre a terapia se abre un horizonte indeterminado pero que contiene un sentido previo que va despejando la ambigüedad del comienzo y cuyo punto de partida es la presencia.
La génesis del sentido según Husserl “se instaura en forma originaria en una conciencia de un mundo vivido que tiene su historia y una prehistoria. La vida (vivenciada) que emerge es historia sedimentada, con carácter dinámico y posibilidad de reorientar su curso, cuyo objeto o sentido son intenciones en apercepciones”. Y este será el compromiso terapéutico, nada está dado de antemano, como teoría que sustente mi accionar, sino que este carácter dinámico y re-orientador lo posibilita lo creativo del encuentro y será poder saltar a lo nuevo, a lo desconocido, para irrumpir en la conciencia del otro y sorprenderlo con la aparición de lo novedoso, para que sus respuestas aprendidas a mantener el fluir temporal como una igualdad fija, se rompa y tenga que necesariamente crear una nueva respuesta que seguramente será vivida como riesgo ya que tomar decisiones significa arriesgarse, es estar en disposición de salir fuera y esto es válido tanto para el paciente como para el terapeuta.
Una vez definida la relación, debemos incursionar en cómo llevar adelante este vínculo con la finalidad de alcanzar el objetivo común de lograr desarrollar el ser de quien nos consulta. Pensaba, que elegirme como terapeuta debía implicar algo más que cuidar al otro, elegirme como cuidadora del otro era también cuidar mi propio ser y de esta manera la terapia no podía quedar encerrada en las cuatro paredes de un consultorio. Si la existencia es un “puertas abiertas” al devenir, un ir siendo que se despliega permanentemente, en el espacio-tiempo de nuestra facticidad, el terapeuta, no podía quedarse encerrado en ese espacio del consultorio, tenía un compromiso mucho más allá de ese habitáculo.
Así como la existencia es un puertas abiertas, para la misma clínica, debía darse una situación semejante, de puertas abiertas que por un lado significan que el otro (paciente) es otro como yo (terapeuta) pero a su vez, lo que nos asemeja por ser humanos es lo que nos diferencia por ser únicos e irrepetibles, que nos encontramos en este recorte de nuestras vidas, en la cual tratamos, uno y otro de darle sentido a nuestras existencias individuales, para la realización y trascendencia de ambos, que deviene en coexistencia, ya que un paciente que descubre su sentido y lo despliega, realiza el sentido del terapeuta que es ayudarle a encontrar su sentido. Entonces ambos salen modificados por esa relación.
Y por otro lado, las puertas abiertas de ese encuentro, son literalmente abiertas ya que la relación terapéutica no tiene porque circunscribirse al consultorio ni al habla misma, ya que la palabra no es el único modo que tenemos para comunicarnos, puede ser en cualquier espacio si fuera necesario, como me ocurrió con una paciente de 14 años con fobia a la calle, que buena parte de su terapia consistió en salidas por la calle que rápidamente resolvió en el mismo contexto de su problema, se podría objetar que sólo resolvió lo sintomático y no lo profundo o lo estructural, pero a los 14 años recién está en la génesis de su personalidad y de su modalidad de ser, este acontecer de la fobia, era tal vez el comienzo de una existencia demorada en los términos de Pablo Rispo y acompañarla en sus temores a crecer, significó que pudiera dar el salto, salir de lo familiar, umwelt, (Heidegger), de las facticidades del en sí, (Sartre), y saltar a la otridad que la pudiera contener para que su existencia retomara el rumbo hasta ahora temido y esto puede significar para sus escasos años un aprendizaje para la resolución de futuros problemas y aconteceres de su existencia. Con lo expresado, algunos psicoterapeutas me podrán objetar que salir del “encuadre” rompe la relación psicoterapéutica. Simplemente diré que no rompe nada, ya que ninguna de las dos dejó de ser lo que era para ese encuentro existencial y las dos dejamos de ser lo que éramos en la medida en que se iha dando el encuentro. Es el ser quien deja irse al no ser. El enfrentarse a sus miedos en un contexto de seguridad afectiva, le permite resilientemente, recurrir a sus aspectos sanos y constituirse en ellos como un nuevo ser. Ninguna de las dos dejó de ser quienes éramos, en este caso, yo terapeuta y ella paciente, pero ambas nos transformamos, ella dejó de tener miedo y yo vi cumplido mi sentido.
Volviendo a las “puertas abiertas” el terapeuta puede utilizar todos los recursos a su alcance para conocer el mundo del paciente, ya sea viendo las creaciones de pacientes artistas, si lo fueran, o mostrando su historia en fotos o dando mensajes a través de elecciones musicales, o trayendo su producción escrita, o compartiendo acontecimientos de sus vidas como exposiciones, conciertos, casamientos, etc. y no por eso pierde su condición de tal. También puede invitar a participar de la reunión (sesión) a otros seres de su vida cotidiana que sean significativos desde sus afectos, como la pareja, hijos, padres, etc. todos estos recursos pueden utilizarse tanto en la terapia personal y no individual, como algunos suelen llamarla, como si la persona hiciera terapia sola, como en la grupal y ahora la tecnología permite otros medios de comunicación como el correo electrónico, si fuera necesario, como me ocurrió con esta misma paciente a quien en ocasión de las fiestas le mandé un saludo por e-mail y me comentó sesiones más tarde lo importante que había sido para ella recibir ese mensaje, no era un dato más que le había solicitado en la entrevista inicial sino que esa herramienta que utilicé de modo nada ortodoxo, le facilitó darse cuenta que la tenía presente, que me acordaba de ella más allá de nuestros encuentros, siendo que una de sus quejas era que la madre no la escuchaba pero no porque no la oía, sino porque no le daba importancia a sus cuestiones.
Otro aporte de la tecnología son las cámaras fotográficas digitales que permiten jugar con la creatividad y verse de cuerpo entero o parcializado, permiten descubrir miradas, gestos, posturas, aspectos aceptados y rechazados de sí mismo. Permite analizar el cuerpo como umwelt pero también en las dimensiones del mitwelt y del eigenwelt.
Como el ser humano es siempre un coexistente que se realiza en vínculos múltiples, pensamos que la terapia de grupo es la que más se parece a la vida misma y no como ya dije, la mal llamada “individual”, que sólo afirma o fomenta un vínculo bipersonal, aunque indispensable para el descubrimiento de ciertos aspectos de la intimidad o eigenwelt, en cambio, la terapia de grupo existencial permite esa multiplicidad de miradas y compartires afectivos, en donde espontáneamente va surgiendo en el grupo la necesidad de reunirse más allá de la sesión grupal propiamente dicha y es así que también podemos compartir asados, festejos, reuniones, etc. La intimidad y la privacidad no se pierden en estos encuentros “extra terapéuticos”.
Los pacientes mismos encuentran la necesidad de reunirse (con y/o sin sus terapeutas) en lo que dieron en llamar la post-sesión, como una manera de continuar compartiendo sus experiencias de vida terapéutica, por ejemplo, tomando café en un bar.
Esta relación tan particular entre terapeutas y pacientes en la terapia de grupo existencial va dando lugar a otras perspectivas y visiones en el aquí, ahora y entre nosotros, disímiles a la terapia personal, al ser las relaciones múltiples, el ser tiene oportunidades de verse a sí mismo, diríamos, “en vivo y en directo” con los otros. Permite al paciente descubrirse a través de las miradas de los otros semejantes, en este covivenciar experiencias íntimas de vida. Y también le permite al terapeuta percibir el despliegue del paciente con los otros más allá de lo que dice con las palabras. Se establece un vínculo personal fuerte y de gran confianza.
Además si pensamos que el existente es un ser que deviene, que es un ser siendo, que es un ser espacio-temporal, ¿por qué la terapia tiene que darse en un contexto de quietud, donde ambos estén sentados, escritorio o no mediante y donde ese espacio está delimitado y el tiempo acotado a los minutos establecidos? Con esto no quiero decir que propongo una terapia caótica, sin marcos de referencia, pero sí, que tenga en cuenta estas limitaciones con el fin de superarlas cuando sea necesario.
Un recurso valioso para esto en las terapias grupales, son las dramatizaciones y la utilización de música y luces de colores que ambientan el espacio, que dan lugar a un espacio y a un tiempo especiales, que serán los facilitadotes del despliegue óntico del ser como espaciación y temporación. Entonces a pesar de ser el mismo espacio, no es el mismo espacio, a pesar de durar un tiempo cronológico determinado, es un tiempo que no se mide con las agujas del reloj, son un espacio y un tiempo humorados, que facilitan que el paciente exprese su mundo vivencial y covivencial y le permiten descubrir la génesis de sentido, necesaria para su propio cambio.
Además, en tanto existentes somos seres que anclamos en nuestra corporalidad, ¿por qué debemos huirle al cuerpo en la terapia?
Y no sólo el cuerpo sino cada existenciario debe poder ser considerado dentro de la terapia existencial: la afectividad, la autenticidad, la espontaneidad, la luminosidad, el movimiento, la creatividad, la temporalidad, la espacialidad, la libertad, y referirlas a los tres mundos, umwelt, mitwelt y eigenwelt.
Desde el umwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal: pasado, el cuerpo, como cuerpo que tengo, los acontecimientos, los accidentes, la particular circunstancia, los hábitos, la familiaridad, las facticidades.
Desde el mitwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal presente y futuro, el pasado aquí es un sólo un referente de la historia personal con los otros, el cuerpo como corporalidad para otro, el modo de ser-contra-el-otro y ser-para-otro, la coexistencia.
Desde el eigenwelt tendremos en cuenta especialmente el éxtasis temporal futuro y ante-futuro (P. Ricoeur) con el proyecto y sentido de la existencia, el cuerpo como corporalidad o cuerpo que soy, el modo individual o personal en disponibilidad, la trascendencia.
Las dramatizaciones propuestas son expresadas en base a improvisaciones sin indicaciones, dejando que el ser fluya con los otros, donde lo que cada uno muestra es su propio modo de ser.
Las mismas las acompañamos con luces que ambientan el clima que se va creando y que conciernen a la espacialidad con su correspondiente luminosidad de la existencia, con música, que contribuye a la creación de un clima afectivo y corresponde a la temporalidad y la dramatización propiamente dicha, permite abordar la corporalidad y el movimiento, que sea expresada sin indicaciones ni libreto previo e incluso sin palabras, se relaciona a los existenciarios libertad, espontaneidad, creatividad y autenticidad, que podrán dar lugar a la neogénesis de sentido existencial y coexistencial como lo expresa Emilio Romero.
Algunas dramatizaciones parten de “juegos” propuestos, como por ejemplo, hacer una estatua que represente su angustia, o sus vínculos familiares o su posición dentro de un grupo, etc., a las que luego se les va dando movimiento y luego se analiza qué sintió y qué representa eso que “vio” (vivenció) en su vida.
Como mencioné anteriormente, un paciente, tanto en sesión o reunión terapéutica personal como grupal, puede hacer un dibujo o traer una música que lo represente o simplemente que le guste, indudablemente estas técnicas resultan ser más productivas en sesiones grupales, donde todos participan de la creación conjunta o de las vivencias que tienen a partir del descubrimiento de la intimidad del otro y de él mismo con los demás.
La historia en fotos es otro rico recurso, permite observar las figuras faltantes, descubrir estados de ánimo a través del tiempo y “jugando” con esa historia de vida, se puede cambiar la secuencia de las fotos, así el paciente descubre que con sus mismos elementos puede tener otro final, o sea, una vida diferente, abierta a un futuro distinto.
Las fotos digitales, permiten captar expresiones gestuales y posturales que en la rapidez del movimiento pueden perderse y que en cambio, la foto coagula para poder descubrir esos aspectos inadvertidos para luego trabajarlos y descubrir su significado, cómo esos aspectos están o no integrados en la cotidianidad de esa persona. Estas cámaras permiten ver la foto en el momento e incluso hacer acercamientos y alejamientos, parcializar un solo aspecto, por ejemplo una mirada o un gesto diverso con la boca, no correspondiente a esa mirada, nos permite acceder a aspectos desconocidos de la intimidad del otro para que el paciente mismo descubra su sentido del cambio. Toda esta tecnología, estará subordinada al descubrimiento de la intimidad, a una verdadera introvisión que favorezca el despliegue de una existencia y coexistencia auténtica.
Esta modalidad del trabajo terapéutico está en estrecha relación con el mundo de los afectos. Todo sentimiento tiene una significación que se logra en el sentir mismo y que revela al ser proyectando su mundo. La acción que va acompañada del sentir dará una nueva significación a una situación y con ello una comprensión de su modalidad de ser-en-el-mundo.
Y en estos interjuegos se va estructurando y solidificando una relación afectiva entre los distintos integrantes del grupo terapéutico más allá del vínculo con el propio terapeuta.
Los afectos siempre mueven, el moverse en ese ·conmoverse” le permite al paciente no sólo captar sino vivenciar ese íntimo moverse y ya no estará fijo en su propio espacio y en su propio tiempo, y como esos sentimientos van surgiendo en el cambio mismo y son experiencias que se perciben como cambiantes, descubre su propia posibilidad de cambio sin que nadie se la tenga que explicar.
La intencionalidad de conciencia es el camino que nos mueve, que nos llama, revelador de nuestro proyecto, allí en lo que el paciente expresa con su palabra y más allá de ella, lo que covivenciamos en la “sesión” de terapia, es en sí mismo revelador de su intencionalidad de conciencia y de su proyecto, que nosotros, tal vez, digamos que no tiene proyecto o que se apartó de él, pero que sin embargo, esa fragmentación o detención en su existencia es hoy su proyecto, su abandono al no ser y nuestra labor será, conjuntamente y creativamente encontrar ese ser escondido en el no ser.
Podemos advertir en la palabra conmovernos, que varios aspectos de la existencia quedan expresados en ella, en el con está implícito que hay otro alguien y no la soledad, en el término movernos, descubrimos que está presente un transcurrir, un ir siendo, y el ver-nos, nos revela una mirada hacia sí mismo, un conocimiento de sí mismo que parte de lo vivencial y finalmente el nos hace referencia a ese con inicial que ahora ya es una acción mancomunada con los otros, el nos es la unión de un yo con un tú, que no es algo más que la suma de las partes sino algo nuevo, con una nueva identidad, ni mayor ni menor que la anterior individual.
Hasta aquí, el planteo es desde lo expresamente y estrictamente terapéutico, pero como terapeuta existencial mi propio mitwelt no puede reducirse al consultorio ni siquiera ampliado con la terapia grupal, está también mi compromiso social que debo considerarlo para los propios conusltantes como apertura al mundo. Ya desde estudiante observaba a mi alrededor niños maltratados, niños de la calle, problemas económicos y falta de conocimientos elementales que podrían facilitar una mejor calidad de vida, falta de recursos o desconocimiento de dónde estaban esos recursos, jóvenes que cada vez más no encontraban su rumbo y se sumían en la droga, en el alcohol, en la desesperación, en el suicidio, ancianos desprotegidos, discriminación, abusos, delincuencia, el padecimiento de enfermedades crónicas sin encontrar contención, el auge del sida y de la sociedad de consumo, a su vez consumida por la globalización de la economía llevada a todos los planos, la corrupción, la violencia, la pérdida de valores y de perspectivas de futuro.
Si miramos todos los males con una mirada pesimista, encontraremos el sin sentido de la existencia con todas las variables del ser contra el otro pero si nuestra mirada se centra y se fundamenta en el amor, como lo más propio del ser humano, ya que el hombre es el único ser que ama (y también que odia), podremos alcanzar otra perspectiva para nuestro accionar como terapeutas.
Estamos en una época de crisis de valores donde el accionar del hombre parece divorciado del otro semejante, instrumentando todas las formas del ser-contra-el-otro, aquí hacemos referencia al mitwelt de Heidegger, divorciado y alienado de sí mismo, con todas las formas de la autodestrucción (eigenwelt) y hasta divorciado del entorno que habita ya que es el único ser capaz de destruir el medio ambiente (umwelt). Ya Kierkegaard observaba la falta de compromiso “apasionado” con los valores morales, donde no hay valores, todo se transforma en ideas abstractas, que en sí mismas carecen de vida. Las palabras de Kierkegaard están hoy presentes en este encuentro.
Entonces como terapeutas debemos preguntarnos ¿dónde quedó atrapada nuestra humanidad? Parece que cada vez nos alejamos más de cuidarnos como especie, depredamos a otros seres vivos, tanto hombres, como animales, como al reino vegetal, literalmente nos destruimos a nosotros mismos. Es hora de mirarnos más allá de lo que alcancen a ver nuestros ojos y preguntarnos si es posible otra realidad, si queremos otro mundo, donde el otro sea un ser de mis desvelos como diría Buber.
Si humanamente nos deshumanizamos, está también en nuestras manos volver a humanizarnos. ¿Y qué significa esto? Y además ¿cómo hacerlo?, ¿qué puedo hacer yo para mejorar esta situación? Alguna vez el hombre desde su mismo origen construyó valores y luego se apartó de ellos. Creo que hoy es hora de volver a rescatarlos o de crear nuevos, los que cada sociedad necesite para recuperarse y darnos así otra oportunidad.
Como terapeutas humanistas existenciales debemos preguntarnos permanentemente sobre nuestra propia actitud para con el otro, el otro es un tú y si se quiere mi tú y yo soy un tú para el otro. Como diría Sastre mi actitud compromete a toda la humanidad, soy libre y responsable de mi accionar frente a toda la humanidad, si algo es válido para mí, estoy inaugurando ese mundo como posible para el otro, esto quiere decir, si con mi accionar destruyo al otro, inauguro el ser-contra-el-otro también como posibilidad para él y si amo, inauguro el mundo del ser-para-otro, no sólo para mí sino de la misma manera para el otro.
Como dice Ortega y Gasset el destino del hombre es la acción, pero es una acción con sentido, con intencionalidad de conciencia, a diferencia del animal que si bien también se mueve, en realidad se desplaza en la contigüidad de su entorno a diferencia del hombre que puede perder de vista su espacio físico, no tenerlo ante sus ojos y sin embargo se dirige hacia ese allá, simplemente pensemos en los viajes en los medios de transporte, donde no tenemos ante nuestros ojos la meta y donde ni siquiera nos movemos en busca de agua. El animal sin conciencia de sí mismo, ni de valores ni de intencionalidad de conciencia, se lanza en búsqueda de alimento, copulación o guarida, está absolutamente ligado a lo vital, a la conservación de la vida y de la especie y nunca pierde con su acción, su condición de animalidad, tiene instintivamente la certeza de la vida o de la muerte, la cual acepta, pero el hombre en cada movimiento, por su propia conciencia de ser hombre tiene otros movimientos posibles, otras elecciones que al decidirse por una, deja de lado todas las demás y esta posibilidad de libertad no produce certezas, nunca está del todo seguro de lo que va a acontecer, aunque lo planee, aunque lo intencione siempre está abierto a la incertidumbre, esto lo angustia y para escapar de ella pierde precisamente humanidad, pierde lo que lo hace hombre, masificándose en el Dasman de Heidegger, pretende escapar de la angustia de elegirse continuamente como ser auténtico.
Dicho esto, como terapeutas humanistas existenciales ¿no debemos estar permanentemente alertas para no masificarnos en teorías acerca del hombre, de su patología y de cómo curarlo sino tratar de encontrarnos en la humanidad que nos constituye a ambos, terapeuta y paciente, terapeuta y comunidad? Aclaro una vez más, que todos los conocimientos acerca de la naturaleza del hombre y de su salud o enfermedad, no es que no sean necesarios ni que haya que desecharlos, sino utilizarlos como herramientas facilitadoras de alguna acción pero secundarias a la acción misma de tratar de encontrarme con la humanidad del otro sufriente, ya sea que consulte o al que yo, terapeuta, vaya en su búsqueda.
El terapeuta no puede quedarse impávido frente a este mundo, esperando que lo vengan a buscar para socorrer a alguien que sufre. Si el sufrimiento está en todas partes, como mencionaba anteriormente, por qué entonces, el terapeuta no puede ir en la búsqueda de esos seres que padecen para aliviarlos, para que no entren en situaciones de conflicto, para que conciban, si fuera viable desde pequeños, visualizar que hay otras formas posibles del coexistir, encontrar otras formas de comunicarse, basadas en la solidaridad como máxima expresión de acción del ser-para-otro
Y estas “puertas abiertas” del consultorio se transforman en las “puertas abiertas” a la comunidad y esto no es otra cosa que hacer prevención allí donde existan los problemas, para que no se transformen en conflictos o en situaciones sin salida, que por otra parte son muy fáciles de detectar porque forman parte de nuestra vida cotidiana y que además los medios de comunicación nos muestran habitualmente.
Ante cualquier problema que estemos dispuestos a encarar desde la prevención, deberemos comprender el mundo del otro no desde nuestra visión, ni tampoco desde la del otro, sino de la que podamos construir juntos, como diálogo entre existencias.
Como terapeuta existencial no puedo ni debo eludir el compromiso de esa responsabilidad social, involucrarse será entonces ejercer alguna acción en pro del bienestar ajeno.
Un terapeuta que se queda encerrado en las cuatro paredes de su consultorio, sólo podrá pedirle a un paciente que se comprometa con un proyecto individualista, donde no tenga en cuenta al otro pero nunca podrá pedirle, en esa apelación al tú de la terapia, que oriente su búsqueda de sentido y de realización hacia el logro de un encuentro coexistencial.
Muchas veces le decimos a un paciente que salga de su ensimismamiento, sin embargo, muchos terapeutas sólo pueden mostrar el propio ensimismamiento en la teoría que los resguarda y como dije antes, también ensimismado dentro de la seguridad que ofrecen las cuatro paredes de su consultorio y en su propio saber. Habrá que preguntarse entonces ¿cuál será la intencionalidad de conciencia del terapeuta y cómo será posible que pueda trabajar la intencionalidad de conciencia del paciente si él mismo no es un ser abierto a la incertidumbre de la existencia?
Las “puertas abiertas” muestran también el propio coraje de ser terapeuta allende en el mundo y no acorazado en el conocimiento tradicional. La búsqueda permanente de nuevas posibilidades facilitará el encuentro de estos dos seres (como mínimo) para el logro de la llamada “cura” que proviene de la procura o del sörge y fusörge de Heidegger. También Binswanger nos habla del modo dual como modo del coexistir para el otro, ya sea en la relación amorosa como en la amistosa y Pablo Rispo, incluye en esta relación dual a toda relación amorosa no sólo la de pareja, sino también la relación terapéutica. Yo le agregaría que el amor a la humanidad genérica plasmado en una acción con y para los humanos como semejantes, es otra manera de consagrar el sentido terapéutico en una obra más allá del espacio acotado. Ese es el compromiso que propongo, salirnos de lo establecido, respetando al otro, para facilitar un cambio social en las relaciones humanas. Es lo que llamo estar con las “puertas abiertas”, disponible a la incertidumbre que siempre acontece en el encuentro con el otro genérico de la comunidad y con este otro particular llamado paciente.
Bibliografía
Aranovich, Ricardo. Autenticidad y vida. Edición de autor. Bs. As. 1ª edición. 2002.
González Durán, Esperanza. Psicología fenomenológica. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 1ª edición. 2000.
Rispo, Pablo. Por las ramas de la existencia. Fenomenología de las modalidades del ser. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2000.
Rispo, Pablo. La experiencia terapéutica existencial de grupo. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2002.
Rispo, Pablo y Signorelli, Susana. La terapia existencial. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As. 1ª edición. 2005.
Rispo, Pablo. El sentido para Ludwig Binswanger y Viktor Frankl. Presagio de sus modos de haber sido. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As. 1ª edición. 2007.
Romero, Emilio. Neogénesis. El desarrollo personal mediante la psicoterapia. Editorial Norte-Sur. San Pablo – Santiago. 1ª edición. 2003.
Schutz, Alfred y Luckmann, Thomas. Las estructuras del mundo de la vida. Editorial Amorrortu. Bs. As.1ª edición. 2001.
Seguín, Carlos A. Amor y psicoterapia. Editorial Paidós. Bs. As.
Signorelli, Susana C. Educación en crisis. Una propuesta para la NO violencia. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2002.
Tiryakian, Edgard. Sociologismo y existencialismo. Editorial Amorrortu. Bs. As.1ª edición. 1969.
Hace ya muchos años, cuando era estudiante en la escuela secundaria, mi proyecto estaba orientado a ayudar a los demás, pero me preguntaba cómo hacerlo, desde mis lecturas, me orienté hacia la Psicología y allá fui, a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bs. As., donde en aquel tiempo se estudiaba la carrera de Psicología. En ese entonces me apasionaba la clínica. Siendo estudiante comencé a concurrir al Hospital “Prof. Dr. Luis Güemes”, invitada por el Prof. Dr. Pablo Rispo y empecé a percibir que con mi accionar era poco lo que podría hacer, para mis fantasías juveniles de “salvar a la humanidad”. (1)
Ya desde aquel momento sospechaba que el compromiso del terapeuta abarcaba algo más que estudiar para luego esperar a que alguien concurriera a la consulta. Lo vislumbraba como un largo camino que debía recorrer el paciente en busca de ayuda hasta llegar a un terapeuta, un largo camino de sufrimiento. Y por el lado del terapeuta, también debía esperar, en primer término, a que una persona entrara en crisis o enfermara y segundo, que decidiera solicitar una entrevista, recién ahí podría hacer algo, ya sea en forma individual o grupal, y esto último ya era abarcar más posibilidades.
Siendo aún estudiante, creía que la posición que más me representaba era aquella que respondía a mi propio sentir, la posición existencial y digo expresamente posición porque es una postura frente a la vida, es una visión de mundo que implica el compromiso pleno con el otro, en este caso, con el sufriente, no ya de una patología particular, sino sufriente porque sufrir le atañe a todos los seres humanos, como también la cuestión de preguntarse por su ser y por el sentido de la propia existencia. Este tener que ser al que obliga el hecho de ser arrojados al mundo implica un compromiso consigo mismo y con los demás.
Si como existente soy un ser-en-el-mundo, que trasciende su propio ser y su propio mundo en una misma acción, ya que ser y mundo son inseparables, si para realizarme como tal, en mi accionar, entrelazo mi existencia con otra existencia, para ser y hacer juntos en el amor, como terapeuta debía encontrar la forma de llevar a la práctica tal manera de concebir el mundo. Esto se transformó en una búsqueda incesante, hasta hoy día, pienso que los caminos para llegar al otro y cuidar de él, pueden ser múltiples, incluso ir creándolos en el propio transcurrir de la terapia, para así, juntos, ir abriendo nuevos rumbos al coexistir, facilitando de este modo, el despliegue de las potencialidades que permanecían en las penumbras.
Comencé a cuestionarme desde lo más básico: la relación terapéutica misma, punto de partida de todo lo que luego vendrá, cómo es esta relación tan particular, qué alcances tiene, cómo llegar a la intimidad del otro, etc. Emilio Romero considera “la psicoterapia como una forma privilegiada de encuentro interpersonal y como una forma de ayuda”. La considera privilegiada porque “el espacio psicoterapéutico es el único lugar donde la persona, necesitada de ayuda, puede ser verdadera, sin necesidad de cubrimientos falsos, como habitualmente se presenta en sociedad”. Y esta invitación a la desnudez de su intimidad se la formula el terapeuta con su actitud, dándole el tiempo necesario para confiar en esa nueva relación, ya que “viene acostumbrado a cubrirse y a no confiar sus “debilidades” más profundas” a los demás.
El término psicoterapia al que estamos acostumbrados a designar a este quehacer para alcanzar la “salud mental”, nos muestra, incluso este último término (salud mental), que son dicotómicos. Psicoterapia es terapia de la psique, con lo cual omitimos el cuerpo, aparentemente de forma deliberada y por salud mental hacemos referencia a un tipo particular de salud, diferente a la del cuerpo, escindida de él. Nuevamente tenemos dividido al ser en mente – cuerpo. Sin embargo, cuando un paciente, viene a consulta, viene con todo su ser, con toda su salud y enfermedad, y como tal tendremos que acercarnos a él, a la intimidad de su ser que se manifiesta en una presencia corpórea y donde se va gestando un vínculo afectivo en el transcurrir temporal de esos encuentros. Por lo dicho, prefiero utilizar el término terapia para designar este camino en procura de la cura y aquí cura no está tomado como el logro de alcanzar la salud a partir de la enfermedad, o dicho de otra manera quien logra la cura logra la salud y se aleja de la enfermedad, sino cura como cuidado del ser.
Toda persona que se acerca y busca un vínculo terapéutico no siempre está enferma, puede atravesar una crisis existencial y entonces no hallará la salud como paradigma de esa búsqueda sino un encuentro humano facilitador del despliegue y descubrimiento de su ser, y para quien la terapia como instrumento para alcanzar la salud mental, no tendría sentido.
La vía regia de acceso al ser del otro es la afectividad que se hace cuerpo presente en el encuentro con el otro. El eros terapéutico, es un eros a mitad de camino entre el amor incondicional, expresado por C. A. Seguín como el materno y el condicional que según el mismo autor es el paterno. Es incondicional por cuanto te acepto y te quiero por ser quien eres pero también es condicional porque espero de vos que cumplas con tu propio ser ya que ese es mi propio llamado a ser. El terapeuta tiene que tener en cuenta que en este camino vamos juntos porque la terapia está dirigida a ser con el otro, hacia el otro y para el otro.
Veíamos recién que entre estos seres se establece una relación a la cual llamamos relación terapéutica y si hablamos de relación por lo menos tiene que haber dos personas, una a la que llamamos terapeuta, y no ya psicoterapeuta y otra a la cual llamamos paciente, aunque también aquí debemos cuestionarnos si siempre lo es y con qué sentido lo designamos así. También aquí podemos advertir que si hay por lo menos dos personas, la terapia no puede ser nunca individual, a lo sumo será personal o bipersonal, veremos esto más adelante. Tratando de esclarecer este vínculo tan particular decíamos que estaba a mitad de camino entre el eros materno y el eros paterno, tampoco sería el modo dual en su faz de amistad o de relación amorosa al estilo de Binswanger, tampoco es una relación médico-paciente típica, como bien lo señala Romero, ya que el médico tiene como objetivo curar un cuerpo enfermo y no muchas veces necesita conocer a la persona enferma y así la dicotomiza y la objetiva, se dedica al dolor, no al sufrimiento, como si pudieran ir separados, el médico se permite una “acción objetiva y técnica”, pero el terapeuta se dirige especialmente a la intimidad, entonces ¿de qué objetividad y técnica podemos estar hablando? El médico puede no sentir afecto por este paciente determinado y hasta ni conocer su nombre, especialmente el cirujano o el médico de terapia intensiva, sólo siente un afecto genérico por la humanidad misma pero no está involucrado con el ser de la persona, el terapeuta necesariamente debe involucrarse en los insoldables vericuetos de la profundidad del ser.
Algunas corrientes terapéuticas, al paciente lo llaman cliente, expresión que no comparto ya que se asemeja a una situación mercantilista, que tomamos del mundo de la economía. Para el clientelismo, hay oferta y demanda, pero si el paciente fuera un cliente querría decir que el terapeuta es un vendedor y vendedor de qué, ¿acaso de salud mental? ¿Puede un terapeuta decir que vende salud mental? ¿Oferta salud mental ante la demanda de un paciente? Me complace más el término que usa Romero, para quien el paciente es un “coagente”, porque es agente activo de su cura, de su cuidado, resaltando así el carácter de no pasivo que pudiera caberle a la palabra paciente. Sin embargo, prefiero el término paciente y no por el aspecto de pasivo sino de padeciente, de ser un ser que sufre y no paciente como enfermo, ya que como dijimos antes, quien consulta no siempre está enfermo ni responde a lo que designan los números y letras del DSM IV.
¿Pero cómo encuadramos la relación terapéutica en una relación de afecto si esta relación parte de una especie de “contrato” ya que el paciente o padeciente o coagente o sufriente o persona, paga por la consulta o sesión de terapia con el terapeuta, con roles y jerarquías establecidas de antemano? De ahí que, como el paciente paga por un “servicio” se lo podría llamar cliente.
También se lo podría llamar consultante, porque puede concurrir a una consulta psicológica. Se lo podría llamar enfermo porque puede padecer una patología psicológica, pero parece ser que este término “relación psicoterapeuta-enfermo” mucho no gusta a los profesionales del mundo “psi”. Hasta ahora parece que la tradición heredada del quehacer médico consensuó en llamar a este vínculo, relación médico-paciente y nosotros, los trabajadores del mundo “psi”, la llamamos “relación psicoterapeuta-paciente” o “terapeuta-paciente” para abreviar y no por el sentido de no dicotomizar al ser. Acá también deberíamos preguntarnos si somos trabajadores o estamos más cerca de los chamanes, dada nuestra cercanía con el mundo mágico afectivo y por el aspecto de arte que tiene la terapia.
Cabe también cuestionarnos cómo llamar a este encuentro donde discurre la relación, tradicionalmente la designamos como “sesión” pero bien podríamos aceptar el término de reunión terapéutica, acuñado por Pablo Rispo.
Evidentemente esta relación necesita de una formalidad, honorarios, lugar, días y horas para el encuentro, pero todo esto es secundario, al igual que las jerarquías y roles preestablecidos, se trata de un encuentro humano donde no hay jerarquías, se igualan como posibilidades de ser y lo que lo llevará hacia la cura será la relación terapéutica misma cuando ésta está basada en la autenticidad de ambos. Es un ser humano que se encuentra con otro ser humano.
El terapeuta es un experto en salud mental y en enfermedad mental y al mismo tiempo no lo es aunque tenga esos conocimientos, es un experto en técnicas y diagnósticos, y al mismo tiempo no lo es, aunque conozca sobre el tema y las utilice, además para qué un terapeuta querría conocer todo esto y para qué le serviría frente a alguien que consulta por una crisis de identidad, por una crisis de valores, por una crisis a la que fue llevado por el desempleo, etc. El terapeuta es una persona que tendrá que recurrir a la propia creatividad y no a modelos establecidos de cómo hacer terapia, ya que ningún manual le enseñará a ser un coexistente, el terapeuta es alguien que se ofrece como posibilitador de lo que el consultante desea encontrar y que ya está en él, pero tal vez de forma inadvertida, necesita un ser que lo comprenda y lo quiera, y ese es el terreno nuevo por el que se animará a transitar, el de la afectividad, que después de todo es por lo cual padece y consulta.
Cada encuentro es único y particular, por eso no hay recetas a aplicar, es como un artista frente a su obra, saber mucho de gramática no hace a nadie escritor, saber mucho de teorías de las formas y el color no hace a nadie pintor, saber mucho de teorías psicológicas no hace a nadie terapeuta. Saber es necesario pero no suficiente, los terapeutas cabalgamos entre la ciencia y el arte, nada más preciso que aquí para referirnos a la tan famosa frase del “arte de curar”. Muchos noveles terapeutas se sentirán decepcionados ante esta aseveración, se sentirán perdidos al no saber de antemano qué camino tomar, simplemente los invito a que sean ustedes mismos.
En la relación terapéutica de encuentro, ambos tienen la necesidad de que el otro sea, pero también ambos saben que algún día, sus existencias correrán por caminos diferentes pero sabiendo que cumplieron auténticamente con su proyecto. Esta no es sólo la labor del terapeuta hacia el paciente, iluminarlo en su camino de libertad, sino que el terapeuta mismo ve cumplir su proyecto y su sentido en la realización plena de las posibilidades reales de quien un día se acercó a él para que lo ayude. Ambos son seres que se transforman en el transcurrir de cada encuentro, van moldeando sus existencias, tal vez, uno con mayor conocimiento de sí mismo y de sus vínculos, que aporta al otro su presencia para permitir con el diálogo creativo, el surgimiento de nuevas perspectivas, en un verdadero proceso revolucionario.
Cuando un paciente concurre a terapia se abre un horizonte indeterminado pero que contiene un sentido previo que va despejando la ambigüedad del comienzo y cuyo punto de partida es la presencia.
La génesis del sentido según Husserl “se instaura en forma originaria en una conciencia de un mundo vivido que tiene su historia y una prehistoria. La vida (vivenciada) que emerge es historia sedimentada, con carácter dinámico y posibilidad de reorientar su curso, cuyo objeto o sentido son intenciones en apercepciones”. Y este será el compromiso terapéutico, nada está dado de antemano, como teoría que sustente mi accionar, sino que este carácter dinámico y re-orientador lo posibilita lo creativo del encuentro y será poder saltar a lo nuevo, a lo desconocido, para irrumpir en la conciencia del otro y sorprenderlo con la aparición de lo novedoso, para que sus respuestas aprendidas a mantener el fluir temporal como una igualdad fija, se rompa y tenga que necesariamente crear una nueva respuesta que seguramente será vivida como riesgo ya que tomar decisiones significa arriesgarse, es estar en disposición de salir fuera y esto es válido tanto para el paciente como para el terapeuta.
Una vez definida la relación, debemos incursionar en cómo llevar adelante este vínculo con la finalidad de alcanzar el objetivo común de lograr desarrollar el ser de quien nos consulta. Pensaba, que elegirme como terapeuta debía implicar algo más que cuidar al otro, elegirme como cuidadora del otro era también cuidar mi propio ser y de esta manera la terapia no podía quedar encerrada en las cuatro paredes de un consultorio. Si la existencia es un “puertas abiertas” al devenir, un ir siendo que se despliega permanentemente, en el espacio-tiempo de nuestra facticidad, el terapeuta, no podía quedarse encerrado en ese espacio del consultorio, tenía un compromiso mucho más allá de ese habitáculo.
Así como la existencia es un puertas abiertas, para la misma clínica, debía darse una situación semejante, de puertas abiertas que por un lado significan que el otro (paciente) es otro como yo (terapeuta) pero a su vez, lo que nos asemeja por ser humanos es lo que nos diferencia por ser únicos e irrepetibles, que nos encontramos en este recorte de nuestras vidas, en la cual tratamos, uno y otro de darle sentido a nuestras existencias individuales, para la realización y trascendencia de ambos, que deviene en coexistencia, ya que un paciente que descubre su sentido y lo despliega, realiza el sentido del terapeuta que es ayudarle a encontrar su sentido. Entonces ambos salen modificados por esa relación.
Y por otro lado, las puertas abiertas de ese encuentro, son literalmente abiertas ya que la relación terapéutica no tiene porque circunscribirse al consultorio ni al habla misma, ya que la palabra no es el único modo que tenemos para comunicarnos, puede ser en cualquier espacio si fuera necesario, como me ocurrió con una paciente de 14 años con fobia a la calle, que buena parte de su terapia consistió en salidas por la calle que rápidamente resolvió en el mismo contexto de su problema, se podría objetar que sólo resolvió lo sintomático y no lo profundo o lo estructural, pero a los 14 años recién está en la génesis de su personalidad y de su modalidad de ser, este acontecer de la fobia, era tal vez el comienzo de una existencia demorada en los términos de Pablo Rispo y acompañarla en sus temores a crecer, significó que pudiera dar el salto, salir de lo familiar, umwelt, (Heidegger), de las facticidades del en sí, (Sartre), y saltar a la otridad que la pudiera contener para que su existencia retomara el rumbo hasta ahora temido y esto puede significar para sus escasos años un aprendizaje para la resolución de futuros problemas y aconteceres de su existencia. Con lo expresado, algunos psicoterapeutas me podrán objetar que salir del “encuadre” rompe la relación psicoterapéutica. Simplemente diré que no rompe nada, ya que ninguna de las dos dejó de ser lo que era para ese encuentro existencial y las dos dejamos de ser lo que éramos en la medida en que se iha dando el encuentro. Es el ser quien deja irse al no ser. El enfrentarse a sus miedos en un contexto de seguridad afectiva, le permite resilientemente, recurrir a sus aspectos sanos y constituirse en ellos como un nuevo ser. Ninguna de las dos dejó de ser quienes éramos, en este caso, yo terapeuta y ella paciente, pero ambas nos transformamos, ella dejó de tener miedo y yo vi cumplido mi sentido.
Volviendo a las “puertas abiertas” el terapeuta puede utilizar todos los recursos a su alcance para conocer el mundo del paciente, ya sea viendo las creaciones de pacientes artistas, si lo fueran, o mostrando su historia en fotos o dando mensajes a través de elecciones musicales, o trayendo su producción escrita, o compartiendo acontecimientos de sus vidas como exposiciones, conciertos, casamientos, etc. y no por eso pierde su condición de tal. También puede invitar a participar de la reunión (sesión) a otros seres de su vida cotidiana que sean significativos desde sus afectos, como la pareja, hijos, padres, etc. todos estos recursos pueden utilizarse tanto en la terapia personal y no individual, como algunos suelen llamarla, como si la persona hiciera terapia sola, como en la grupal y ahora la tecnología permite otros medios de comunicación como el correo electrónico, si fuera necesario, como me ocurrió con esta misma paciente a quien en ocasión de las fiestas le mandé un saludo por e-mail y me comentó sesiones más tarde lo importante que había sido para ella recibir ese mensaje, no era un dato más que le había solicitado en la entrevista inicial sino que esa herramienta que utilicé de modo nada ortodoxo, le facilitó darse cuenta que la tenía presente, que me acordaba de ella más allá de nuestros encuentros, siendo que una de sus quejas era que la madre no la escuchaba pero no porque no la oía, sino porque no le daba importancia a sus cuestiones.
Otro aporte de la tecnología son las cámaras fotográficas digitales que permiten jugar con la creatividad y verse de cuerpo entero o parcializado, permiten descubrir miradas, gestos, posturas, aspectos aceptados y rechazados de sí mismo. Permite analizar el cuerpo como umwelt pero también en las dimensiones del mitwelt y del eigenwelt.
Como el ser humano es siempre un coexistente que se realiza en vínculos múltiples, pensamos que la terapia de grupo es la que más se parece a la vida misma y no como ya dije, la mal llamada “individual”, que sólo afirma o fomenta un vínculo bipersonal, aunque indispensable para el descubrimiento de ciertos aspectos de la intimidad o eigenwelt, en cambio, la terapia de grupo existencial permite esa multiplicidad de miradas y compartires afectivos, en donde espontáneamente va surgiendo en el grupo la necesidad de reunirse más allá de la sesión grupal propiamente dicha y es así que también podemos compartir asados, festejos, reuniones, etc. La intimidad y la privacidad no se pierden en estos encuentros “extra terapéuticos”.
Los pacientes mismos encuentran la necesidad de reunirse (con y/o sin sus terapeutas) en lo que dieron en llamar la post-sesión, como una manera de continuar compartiendo sus experiencias de vida terapéutica, por ejemplo, tomando café en un bar.
Esta relación tan particular entre terapeutas y pacientes en la terapia de grupo existencial va dando lugar a otras perspectivas y visiones en el aquí, ahora y entre nosotros, disímiles a la terapia personal, al ser las relaciones múltiples, el ser tiene oportunidades de verse a sí mismo, diríamos, “en vivo y en directo” con los otros. Permite al paciente descubrirse a través de las miradas de los otros semejantes, en este covivenciar experiencias íntimas de vida. Y también le permite al terapeuta percibir el despliegue del paciente con los otros más allá de lo que dice con las palabras. Se establece un vínculo personal fuerte y de gran confianza.
Además si pensamos que el existente es un ser que deviene, que es un ser siendo, que es un ser espacio-temporal, ¿por qué la terapia tiene que darse en un contexto de quietud, donde ambos estén sentados, escritorio o no mediante y donde ese espacio está delimitado y el tiempo acotado a los minutos establecidos? Con esto no quiero decir que propongo una terapia caótica, sin marcos de referencia, pero sí, que tenga en cuenta estas limitaciones con el fin de superarlas cuando sea necesario.
Un recurso valioso para esto en las terapias grupales, son las dramatizaciones y la utilización de música y luces de colores que ambientan el espacio, que dan lugar a un espacio y a un tiempo especiales, que serán los facilitadotes del despliegue óntico del ser como espaciación y temporación. Entonces a pesar de ser el mismo espacio, no es el mismo espacio, a pesar de durar un tiempo cronológico determinado, es un tiempo que no se mide con las agujas del reloj, son un espacio y un tiempo humorados, que facilitan que el paciente exprese su mundo vivencial y covivencial y le permiten descubrir la génesis de sentido, necesaria para su propio cambio.
Además, en tanto existentes somos seres que anclamos en nuestra corporalidad, ¿por qué debemos huirle al cuerpo en la terapia?
Y no sólo el cuerpo sino cada existenciario debe poder ser considerado dentro de la terapia existencial: la afectividad, la autenticidad, la espontaneidad, la luminosidad, el movimiento, la creatividad, la temporalidad, la espacialidad, la libertad, y referirlas a los tres mundos, umwelt, mitwelt y eigenwelt.
Desde el umwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal: pasado, el cuerpo, como cuerpo que tengo, los acontecimientos, los accidentes, la particular circunstancia, los hábitos, la familiaridad, las facticidades.
Desde el mitwelt tendremos en cuenta el éxtasis temporal presente y futuro, el pasado aquí es un sólo un referente de la historia personal con los otros, el cuerpo como corporalidad para otro, el modo de ser-contra-el-otro y ser-para-otro, la coexistencia.
Desde el eigenwelt tendremos en cuenta especialmente el éxtasis temporal futuro y ante-futuro (P. Ricoeur) con el proyecto y sentido de la existencia, el cuerpo como corporalidad o cuerpo que soy, el modo individual o personal en disponibilidad, la trascendencia.
Las dramatizaciones propuestas son expresadas en base a improvisaciones sin indicaciones, dejando que el ser fluya con los otros, donde lo que cada uno muestra es su propio modo de ser.
Las mismas las acompañamos con luces que ambientan el clima que se va creando y que conciernen a la espacialidad con su correspondiente luminosidad de la existencia, con música, que contribuye a la creación de un clima afectivo y corresponde a la temporalidad y la dramatización propiamente dicha, permite abordar la corporalidad y el movimiento, que sea expresada sin indicaciones ni libreto previo e incluso sin palabras, se relaciona a los existenciarios libertad, espontaneidad, creatividad y autenticidad, que podrán dar lugar a la neogénesis de sentido existencial y coexistencial como lo expresa Emilio Romero.
Algunas dramatizaciones parten de “juegos” propuestos, como por ejemplo, hacer una estatua que represente su angustia, o sus vínculos familiares o su posición dentro de un grupo, etc., a las que luego se les va dando movimiento y luego se analiza qué sintió y qué representa eso que “vio” (vivenció) en su vida.
Como mencioné anteriormente, un paciente, tanto en sesión o reunión terapéutica personal como grupal, puede hacer un dibujo o traer una música que lo represente o simplemente que le guste, indudablemente estas técnicas resultan ser más productivas en sesiones grupales, donde todos participan de la creación conjunta o de las vivencias que tienen a partir del descubrimiento de la intimidad del otro y de él mismo con los demás.
La historia en fotos es otro rico recurso, permite observar las figuras faltantes, descubrir estados de ánimo a través del tiempo y “jugando” con esa historia de vida, se puede cambiar la secuencia de las fotos, así el paciente descubre que con sus mismos elementos puede tener otro final, o sea, una vida diferente, abierta a un futuro distinto.
Las fotos digitales, permiten captar expresiones gestuales y posturales que en la rapidez del movimiento pueden perderse y que en cambio, la foto coagula para poder descubrir esos aspectos inadvertidos para luego trabajarlos y descubrir su significado, cómo esos aspectos están o no integrados en la cotidianidad de esa persona. Estas cámaras permiten ver la foto en el momento e incluso hacer acercamientos y alejamientos, parcializar un solo aspecto, por ejemplo una mirada o un gesto diverso con la boca, no correspondiente a esa mirada, nos permite acceder a aspectos desconocidos de la intimidad del otro para que el paciente mismo descubra su sentido del cambio. Toda esta tecnología, estará subordinada al descubrimiento de la intimidad, a una verdadera introvisión que favorezca el despliegue de una existencia y coexistencia auténtica.
Esta modalidad del trabajo terapéutico está en estrecha relación con el mundo de los afectos. Todo sentimiento tiene una significación que se logra en el sentir mismo y que revela al ser proyectando su mundo. La acción que va acompañada del sentir dará una nueva significación a una situación y con ello una comprensión de su modalidad de ser-en-el-mundo.
Y en estos interjuegos se va estructurando y solidificando una relación afectiva entre los distintos integrantes del grupo terapéutico más allá del vínculo con el propio terapeuta.
Los afectos siempre mueven, el moverse en ese ·conmoverse” le permite al paciente no sólo captar sino vivenciar ese íntimo moverse y ya no estará fijo en su propio espacio y en su propio tiempo, y como esos sentimientos van surgiendo en el cambio mismo y son experiencias que se perciben como cambiantes, descubre su propia posibilidad de cambio sin que nadie se la tenga que explicar.
La intencionalidad de conciencia es el camino que nos mueve, que nos llama, revelador de nuestro proyecto, allí en lo que el paciente expresa con su palabra y más allá de ella, lo que covivenciamos en la “sesión” de terapia, es en sí mismo revelador de su intencionalidad de conciencia y de su proyecto, que nosotros, tal vez, digamos que no tiene proyecto o que se apartó de él, pero que sin embargo, esa fragmentación o detención en su existencia es hoy su proyecto, su abandono al no ser y nuestra labor será, conjuntamente y creativamente encontrar ese ser escondido en el no ser.
Podemos advertir en la palabra conmovernos, que varios aspectos de la existencia quedan expresados en ella, en el con está implícito que hay otro alguien y no la soledad, en el término movernos, descubrimos que está presente un transcurrir, un ir siendo, y el ver-nos, nos revela una mirada hacia sí mismo, un conocimiento de sí mismo que parte de lo vivencial y finalmente el nos hace referencia a ese con inicial que ahora ya es una acción mancomunada con los otros, el nos es la unión de un yo con un tú, que no es algo más que la suma de las partes sino algo nuevo, con una nueva identidad, ni mayor ni menor que la anterior individual.
Hasta aquí, el planteo es desde lo expresamente y estrictamente terapéutico, pero como terapeuta existencial mi propio mitwelt no puede reducirse al consultorio ni siquiera ampliado con la terapia grupal, está también mi compromiso social que debo considerarlo para los propios conusltantes como apertura al mundo. Ya desde estudiante observaba a mi alrededor niños maltratados, niños de la calle, problemas económicos y falta de conocimientos elementales que podrían facilitar una mejor calidad de vida, falta de recursos o desconocimiento de dónde estaban esos recursos, jóvenes que cada vez más no encontraban su rumbo y se sumían en la droga, en el alcohol, en la desesperación, en el suicidio, ancianos desprotegidos, discriminación, abusos, delincuencia, el padecimiento de enfermedades crónicas sin encontrar contención, el auge del sida y de la sociedad de consumo, a su vez consumida por la globalización de la economía llevada a todos los planos, la corrupción, la violencia, la pérdida de valores y de perspectivas de futuro.
Si miramos todos los males con una mirada pesimista, encontraremos el sin sentido de la existencia con todas las variables del ser contra el otro pero si nuestra mirada se centra y se fundamenta en el amor, como lo más propio del ser humano, ya que el hombre es el único ser que ama (y también que odia), podremos alcanzar otra perspectiva para nuestro accionar como terapeutas.
Estamos en una época de crisis de valores donde el accionar del hombre parece divorciado del otro semejante, instrumentando todas las formas del ser-contra-el-otro, aquí hacemos referencia al mitwelt de Heidegger, divorciado y alienado de sí mismo, con todas las formas de la autodestrucción (eigenwelt) y hasta divorciado del entorno que habita ya que es el único ser capaz de destruir el medio ambiente (umwelt). Ya Kierkegaard observaba la falta de compromiso “apasionado” con los valores morales, donde no hay valores, todo se transforma en ideas abstractas, que en sí mismas carecen de vida. Las palabras de Kierkegaard están hoy presentes en este encuentro.
Entonces como terapeutas debemos preguntarnos ¿dónde quedó atrapada nuestra humanidad? Parece que cada vez nos alejamos más de cuidarnos como especie, depredamos a otros seres vivos, tanto hombres, como animales, como al reino vegetal, literalmente nos destruimos a nosotros mismos. Es hora de mirarnos más allá de lo que alcancen a ver nuestros ojos y preguntarnos si es posible otra realidad, si queremos otro mundo, donde el otro sea un ser de mis desvelos como diría Buber.
Si humanamente nos deshumanizamos, está también en nuestras manos volver a humanizarnos. ¿Y qué significa esto? Y además ¿cómo hacerlo?, ¿qué puedo hacer yo para mejorar esta situación? Alguna vez el hombre desde su mismo origen construyó valores y luego se apartó de ellos. Creo que hoy es hora de volver a rescatarlos o de crear nuevos, los que cada sociedad necesite para recuperarse y darnos así otra oportunidad.
Como terapeutas humanistas existenciales debemos preguntarnos permanentemente sobre nuestra propia actitud para con el otro, el otro es un tú y si se quiere mi tú y yo soy un tú para el otro. Como diría Sastre mi actitud compromete a toda la humanidad, soy libre y responsable de mi accionar frente a toda la humanidad, si algo es válido para mí, estoy inaugurando ese mundo como posible para el otro, esto quiere decir, si con mi accionar destruyo al otro, inauguro el ser-contra-el-otro también como posibilidad para él y si amo, inauguro el mundo del ser-para-otro, no sólo para mí sino de la misma manera para el otro.
Como dice Ortega y Gasset el destino del hombre es la acción, pero es una acción con sentido, con intencionalidad de conciencia, a diferencia del animal que si bien también se mueve, en realidad se desplaza en la contigüidad de su entorno a diferencia del hombre que puede perder de vista su espacio físico, no tenerlo ante sus ojos y sin embargo se dirige hacia ese allá, simplemente pensemos en los viajes en los medios de transporte, donde no tenemos ante nuestros ojos la meta y donde ni siquiera nos movemos en busca de agua. El animal sin conciencia de sí mismo, ni de valores ni de intencionalidad de conciencia, se lanza en búsqueda de alimento, copulación o guarida, está absolutamente ligado a lo vital, a la conservación de la vida y de la especie y nunca pierde con su acción, su condición de animalidad, tiene instintivamente la certeza de la vida o de la muerte, la cual acepta, pero el hombre en cada movimiento, por su propia conciencia de ser hombre tiene otros movimientos posibles, otras elecciones que al decidirse por una, deja de lado todas las demás y esta posibilidad de libertad no produce certezas, nunca está del todo seguro de lo que va a acontecer, aunque lo planee, aunque lo intencione siempre está abierto a la incertidumbre, esto lo angustia y para escapar de ella pierde precisamente humanidad, pierde lo que lo hace hombre, masificándose en el Dasman de Heidegger, pretende escapar de la angustia de elegirse continuamente como ser auténtico.
Dicho esto, como terapeutas humanistas existenciales ¿no debemos estar permanentemente alertas para no masificarnos en teorías acerca del hombre, de su patología y de cómo curarlo sino tratar de encontrarnos en la humanidad que nos constituye a ambos, terapeuta y paciente, terapeuta y comunidad? Aclaro una vez más, que todos los conocimientos acerca de la naturaleza del hombre y de su salud o enfermedad, no es que no sean necesarios ni que haya que desecharlos, sino utilizarlos como herramientas facilitadoras de alguna acción pero secundarias a la acción misma de tratar de encontrarme con la humanidad del otro sufriente, ya sea que consulte o al que yo, terapeuta, vaya en su búsqueda.
El terapeuta no puede quedarse impávido frente a este mundo, esperando que lo vengan a buscar para socorrer a alguien que sufre. Si el sufrimiento está en todas partes, como mencionaba anteriormente, por qué entonces, el terapeuta no puede ir en la búsqueda de esos seres que padecen para aliviarlos, para que no entren en situaciones de conflicto, para que conciban, si fuera viable desde pequeños, visualizar que hay otras formas posibles del coexistir, encontrar otras formas de comunicarse, basadas en la solidaridad como máxima expresión de acción del ser-para-otro
Y estas “puertas abiertas” del consultorio se transforman en las “puertas abiertas” a la comunidad y esto no es otra cosa que hacer prevención allí donde existan los problemas, para que no se transformen en conflictos o en situaciones sin salida, que por otra parte son muy fáciles de detectar porque forman parte de nuestra vida cotidiana y que además los medios de comunicación nos muestran habitualmente.
Ante cualquier problema que estemos dispuestos a encarar desde la prevención, deberemos comprender el mundo del otro no desde nuestra visión, ni tampoco desde la del otro, sino de la que podamos construir juntos, como diálogo entre existencias.
Como terapeuta existencial no puedo ni debo eludir el compromiso de esa responsabilidad social, involucrarse será entonces ejercer alguna acción en pro del bienestar ajeno.
Un terapeuta que se queda encerrado en las cuatro paredes de su consultorio, sólo podrá pedirle a un paciente que se comprometa con un proyecto individualista, donde no tenga en cuenta al otro pero nunca podrá pedirle, en esa apelación al tú de la terapia, que oriente su búsqueda de sentido y de realización hacia el logro de un encuentro coexistencial.
Muchas veces le decimos a un paciente que salga de su ensimismamiento, sin embargo, muchos terapeutas sólo pueden mostrar el propio ensimismamiento en la teoría que los resguarda y como dije antes, también ensimismado dentro de la seguridad que ofrecen las cuatro paredes de su consultorio y en su propio saber. Habrá que preguntarse entonces ¿cuál será la intencionalidad de conciencia del terapeuta y cómo será posible que pueda trabajar la intencionalidad de conciencia del paciente si él mismo no es un ser abierto a la incertidumbre de la existencia?
Las “puertas abiertas” muestran también el propio coraje de ser terapeuta allende en el mundo y no acorazado en el conocimiento tradicional. La búsqueda permanente de nuevas posibilidades facilitará el encuentro de estos dos seres (como mínimo) para el logro de la llamada “cura” que proviene de la procura o del sörge y fusörge de Heidegger. También Binswanger nos habla del modo dual como modo del coexistir para el otro, ya sea en la relación amorosa como en la amistosa y Pablo Rispo, incluye en esta relación dual a toda relación amorosa no sólo la de pareja, sino también la relación terapéutica. Yo le agregaría que el amor a la humanidad genérica plasmado en una acción con y para los humanos como semejantes, es otra manera de consagrar el sentido terapéutico en una obra más allá del espacio acotado. Ese es el compromiso que propongo, salirnos de lo establecido, respetando al otro, para facilitar un cambio social en las relaciones humanas. Es lo que llamo estar con las “puertas abiertas”, disponible a la incertidumbre que siempre acontece en el encuentro con el otro genérico de la comunidad y con este otro particular llamado paciente.
Bibliografía
Aranovich, Ricardo. Autenticidad y vida. Edición de autor. Bs. As. 1ª edición. 2002.
González Durán, Esperanza. Psicología fenomenológica. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 1ª edición. 2000.
Rispo, Pablo. Por las ramas de la existencia. Fenomenología de las modalidades del ser. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2000.
Rispo, Pablo. La experiencia terapéutica existencial de grupo. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2002.
Rispo, Pablo y Signorelli, Susana. La terapia existencial. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As. 1ª edición. 2005.
Rispo, Pablo. El sentido para Ludwig Binswanger y Viktor Frankl. Presagio de sus modos de haber sido. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As. 1ª edición. 2007.
Romero, Emilio. Neogénesis. El desarrollo personal mediante la psicoterapia. Editorial Norte-Sur. San Pablo – Santiago. 1ª edición. 2003.
Schutz, Alfred y Luckmann, Thomas. Las estructuras del mundo de la vida. Editorial Amorrortu. Bs. As.1ª edición. 2001.
Seguín, Carlos A. Amor y psicoterapia. Editorial Paidós. Bs. As.
Signorelli, Susana C. Educación en crisis. Una propuesta para la NO violencia. Editorial Fundación CAPAC. Prov. de Bs. As.1ª edición. 2002.
Tiryakian, Edgard. Sociologismo y existencialismo. Editorial Amorrortu. Bs. As.1ª edición. 1969.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Blog Archive
Psicoterapia Existencial
Es un enfoque psicoterapéutico que fundamenta su aproximación al ser humano en las propuestas de los filósofos existenciales. Hermana de los enfoques Existencial-Humanistas (como en Enfoque Centrado en la Persona, Logoterapia y Terapia Gestalt), la Psicoterapia Existencial consiste en una profundización en la visión del terapeuta y en una sensibilización hacia los temas existenciales; así como en el desarrollo de una práctica terapéutica especialmente relacional.
Es esencialmente un enfoque filosófico que al abordar los problemas y asuntos que emergen y provocan estrés, los considera consecuencia de las dificultades encontradas por el hecho de vivir, en vez de indicadores de una enfermedad o de salud mental.
La meta de la Psicoterapia Existencial es clarificar y promover la comprensión de la vida tal como cada persona experimenta.
La Psicoterapia Existencial ve a la persona fundamentalmente en relación con los diferentes factores y las dificultades de la existencia. Se considera que el poder sanador de la relación terapéutica es extremadamente importante.
La Visión Existencial describe a la persona viviendo entre las circunstancias que le ofrece y sus propias decisiones en respuesta a él.
Desde esta perspectiva, resulta útil entender las diferentes crisis y dilemas cotidianos a partir de las distintas dimensiones en que experimentamos la existencia: Corporal/Física, Social/Emocional, Personal/Intima y Espiritual/Sentido.
Es esencialmente un enfoque filosófico que al abordar los problemas y asuntos que emergen y provocan estrés, los considera consecuencia de las dificultades encontradas por el hecho de vivir, en vez de indicadores de una enfermedad o de salud mental.
La meta de la Psicoterapia Existencial es clarificar y promover la comprensión de la vida tal como cada persona experimenta.
La Psicoterapia Existencial ve a la persona fundamentalmente en relación con los diferentes factores y las dificultades de la existencia. Se considera que el poder sanador de la relación terapéutica es extremadamente importante.
La Visión Existencial describe a la persona viviendo entre las circunstancias que le ofrece y sus propias decisiones en respuesta a él.
Desde esta perspectiva, resulta útil entender las diferentes crisis y dilemas cotidianos a partir de las distintas dimensiones en que experimentamos la existencia: Corporal/Física, Social/Emocional, Personal/Intima y Espiritual/Sentido.
Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial
Somos un grupo de personas dedicadas a la investigación, estudio, profundización, exploración y difusión de la Visión Existencial en Psicoterapia.
Desde su formación en noviembre del 2002, el Círculo de Estudios en Psicoterapia Existencial tiene como principal actividad el Programa de Formación en Psicoterapia Existencial; así como el Diplomado en Visión Existencial Aplicada al Desarrollo Humano y talleres con especialistas internacionales de renombre en el campo de la psicoterapia de orientación existencial.
Fundador y Coordinador General:
Yaqui Andrés Martínez Robles
• Lic. en Psicología. Maestría en Psicoterapia Humanista.
• c.a. Doctorado en Psicoterapia
• c.a. Certificación Internacional en Psicología Transpersonal y Respiración Holotrópica por el Dr. Stanislav Grof
• Miembro de The Society for Existential Analysis con sede en Londres.
• Representante para México y América Latina de The International Collaboration of Existential Counsellors and Psychotherapists.
Programas de Formación
Diplomado en Visión Existencial Aplicada al Desarrollo Humano
Programa de Formación en Psicoterapia Existencial
Psicoterapia de Grupos con Orientación Existencial
Supervisión Existencial
Sexualidad para Psicoterapeutas Existenciales
Talleres Internacionales
Programa de Formación en Psicoterapia Existencial
Psicoterapia de Grupos con Orientación Existencial
Supervisión Existencial
Sexualidad para Psicoterapeutas Existenciales
Talleres Internacionales
0 comentarios:
Publicar un comentario